¿Por qué es la ciencia más popular que la religión?
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¿Por qué es la ciencia más popular que la religión?

México - lunes 13 de febrero de 2017 - ComPubMex.
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Eric Nelson

La galardonada conductora radial Krista Tippett señala la ironía de que la ciencia tenga éxito en la divulgación de ideas arraigadas en la religión.

Según ella, la ciencia está en medio de un “renacimiento”.

“Cosas tales como el Proyecto del Genoma Humano y el telescopio espacial Hubble, que llevó imágenes sorprendentes de nuestra galaxia hasta nuestros livings, han contribuido a nuestra sensación de asombro”, afirmó Tippett, creadora y conductora del programa radial “On being” [“Acerca del ser”], durante una entrevista que le realizó a Jenara Nerenberg. “Nos estamos transformando hasta llegar a un lugar en el que la ciencia, los científicos y las ideas científicas son mucho más celebrados en lo profundo de nuestras vidas, y todos están intrigados por ellos”.

La religión, en cambio, parece estar en declive.

Esto es irónico, dice Tippett, considerando que la exploración científica contemporánea de cosas tales como el asombro, el misterio y la compasión —lo que Tippett clasifica como “una urgente necesidad práctica”— tienen sus raíces en la teología.

Supongo que de alguna forma mi propia vida refleja esta tendencia. Mientras crecía, solía pensar que enseñanzas bíblicas tales como la Regla de Oro ("Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos") eran bastante convincentes, por no decir sublimes. Aún mejor, cuanto más me esforzaba por poner estas enseñanzas en práctica —por ser genuinamente compasivo, agradecido, capaz de perdonar y cosas por el estilo—, más naturales se volvían y mejor me sentía.

Recién cuando tuve cuarenta y tantos me di cuenta de la extraordinaria y creciente investigación científica que se estaba realizando para vincular tales cualidades del pensamiento con una mejor salud. Actualmente miles de personas asisten a conferencias en distintas partes del mundo y escuchan a psicólogos, investigadores médicos, neurocirujanos y neurocientíficos hacerse eco de las mismas ideas que he estado leyendo en la Biblia desde hace incontables años.

Entonces, ¿cómo es que la ciencia, y no la religión, parece haber ganado el premio a la popularidad? ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un pastor de iglesia que pondera los beneficios de la gratitud no pueda atraer tanta gente como la que atrae alguien que dice básicamente lo mismo en el hall de una gran universidad?

Parte de la respuesta podría tener que ver con el creciente número de personas que dicen sentirse juzgadas —y hasta condenadas— por la religión, culpables hasta que se demuestre su inocencia, por así decirlo. Existe también la tendencia, algunos podrían decir “la urgencia”, de parte de muchas iglesias de convertir en lugar de simplemente inspirar a las personas que no van a la iglesia, como forma de salvar al mundo. Y existe una creencia casi universal de que la religión, excluyendo cualquier aplicación práctica, simplemente no es tan creíble como la ciencia.

La credibilidad, obviamente, depende de los ojos con que se mire. El problema es que en la medida en que aceptemos meramente el testimonio de nuestros ojos, limitaremos nuestra experiencia. El mejor ejemplo de esto es Copérnico, el hombre que, a pesar de lo que sus ojos le decían —y de lo que los ojos de innumerables millones de personas veían—, percibió que el sol, y no la tierra, estaba en el centro de nuestro sistema solar.

Tres siglos después de que Copérnico compartiera su revelación con el mundo, otra científica no tradicional fue inspirada a considerar con mayor cuidado lo que todos suponían que era verdad respecto a Jesucristo, particularmente la naturaleza de su obra sanadora. Mientras la mayoría de los cristianos de la época probablemente consideraban estas curaciones como “milagros”, Mary Baker Eddy, una mujer conocida por cruzar la así llamada línea divisoria entre la religión y la razón, las consideró como indicadores de “una Ciencia inmanente y eterna” que podía ser reconocida y utilizada por todos, y hasta asemejó su descubrimiento al de Copérnico.

“Al observar la salida del sol, uno encuentra que contradice la evidencia ante los sentidos creer que la tierra está en movimiento y el sol inmóvil”, escribió Eddy en su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. “Tal como la astronomía revierte la percepción humana del movimiento del sistema solar, así la Ciencia Cristiana revierte la aparente relación entre el Alma y el cuerpo y hace el cuerpo tributario de la Mente [Dios]. Así es con el hombre, que no es sino el servidor humilde de la Mente en reposo, aunque al sentido finito le parezca de otra manera.”

 Aunque estaba firmemente arraigada en la teología cristiana, el enfoque de Eddy respecto a la salud y la curación fue decididamente sistemático; como ella misma lo dice: “[sometido] a la prueba práctica más amplia, y en todas partes, cuando se [aplicó] honestamente bajo circunstancias donde la demostración era humanamente posible, esta Ciencia demostró que la Verdad no había perdido nada de su eficacia divina y sanadora, aun cuando habían transcurrido siglos desde que Jesús practicó estas reglas en las colinas de Judea y en los valles de Galilea”.

El principal interés de Eddy no era desafiar a la ciencia, sino ampliar el entendimiento que el mundo tenía respecto a ella. “Jesús de Nazaret fue el hombre más científico que jamás pisó la tierra”, escribió. “Se sumergía bajo la superficie material de las cosas y encontraba la causa espiritual”.

Puedo pensar en innumerables veces en que he tenido la oportunidad —francamente, el privilegio— de “sumergirme bajo la superficie material de las cosas” y encontrar curación como resultado.

No hace mucho, sentí un dolor intenso al acomodarme en la cama. Un músculo del hombro se había acalambrado de tal forma que no podía encontrar una posición cómoda.

Mientras yacía acostado, sintiendo un poco de pena por mí mismo, una voz interior me dijo: “El Amor no conoce estrés, ni tensión, ni restricción”. Por simple que este mensaje pudiera parecer, en ese momento lo sentí como una idea radical, y eso era exactamente lo que yo necesitaba.

Durante la semana anterior, mi agenda había estado llena con los preparativos de una visita familiar: preparar comidas, limpiar la casa, planificar actividades y cosas por el estilo. Y en este sentido creo que de alguna forma acepté la noción de que finalmente me había quedado sin energía y que mi cuerpo pagaría el precio. Si bien esto puede parecer razonable si se lo mira desde un punto de vista biomédico, una vez que me di cuenta de que esta actividad estaba respaldada no simplemente por buenas intenciones, sino por mi capacidad de amar, otorgada por Dios, mi músculo se relajó y pude dormir plácidamente.

Es obvio que esto no contesta nuestra pregunta de por qué la ciencia es más popular que la religión. Sin embargo, apunta a una nueva línea intrigante de investigación cuyo éxito final no descansa en la popularidad, sino en su carácter práctico.

Eric Nelson escribe acerca de la relación entre la consciencia y la salud desde su perspectiva de la Ciencia Cristiana. 

Artículo publicado originalmente en Communities Digital News, @CommDigiNews el 17 de octubre de 2016.

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