Tenía apenas trece años de edad, pero eso no me impedía sentir emociones vibrantes cuando de política se trataba. Mi padre participaba en política y para entonces él ya había sido candidato a puestos de elección en varias ocasiones. Entre ellas, en la campaña de 1959, donde jugó como candidato a regidor en la planilla municipal que encabezó el profesor Zeferino Sánchez Hidalgo; más tarde acompañó como suplente a la señora María Martínez de Sánchez, que aspiró a ser diputada federal en 1961. 

 

Pero, aquel día comía ansias por llegar al comité municipal del PAN, que tenía sus oficinas en un modesto edificio de la avenida Ocampo de la zona central de Tijuana. Se trataba de estar allí para atestiguar la convención municipal en la que los panistas elegirían a sus candidatos a munícipes y a diputados locales. No pudimos llegar a tiempo. Cuando mi padre y yo llegamos, la convención había terminado, y todos los candidatos ya habían sido elegidos. Entramos al lugar y, desde entonces, guardo en mis recuerdos aquella impactante imagen que se grabó para siempre en mi memoria.

 

Al fondo del salón, sobre una pequeña y extendida tarima, se encontraba un grupo de personas que en su mayoría jamás habían estado en las instalaciones del Partido. Todos de pie, uno junto al otro, sonrientes, dispuestos a hacer realidad su compromiso que recién adquirían con la causa para la que muchísimos tijuanenses ya habían entregado su esfuerzo, su tiempo, y hasta su vida.

 

Era un ambiente de fiesta. Aquel grupo de personas, por su porte y sus atuendos, se distinguían del común de los humildes panistas. No obstante, estaban allí para unirse a esos luchadores,revitalizando su esfuerzo en busca de un futuro mejor para la comunidad. 

 

No eran cualquier grupo; eran los prohombres de nuestra comunidad, aquellos a los que todos reconocían como genuinos emprendedores, como forjadores del desarrollo y crecimiento de la ciudad; a los que todos respetaban por su dedicación al trabajo; a los que muchos ya habían seguido alguna vez, cuando desde sus trincheras combatieron tales o cuales abusos de los órganos de gobierno, o cuando pidieron trato, regímenes y transformaciones benéficas para Baja California.

 

Ahí estaban juntos y dispuestos: Luis Enrique Enciso Clark, Genaro Castro Gessenius, Humberto Tito Tessada, Susanita B. de Limón, Jorge Peralta Chávez, el profesor Zeferino Sánchez Hidalgo y el doctor José Cardona Peña, que junto a los licenciados Darío Sánchez Enríquez Antonio Bretón Mena y Salvador Rosas Magallón, formaron la propuesta de candidatos a munícipes y diputados del PAN, para el año de 1968.

 

Cierto que yo era un chamaco de apenas trece años, pero eso no me impidió comprender que con aquellas personas los panistas darían otra gran batalla, y que de nuevo doblegarían al gobierno en las elecciones.

 

Salimos del lugar, y en el camino a casa, esa misma noche, empezamos a escuchar los carros de sonido con el estribillo de aquella canción de Tin Tan, que resonó en las calles de Tijuana durante los meses siguientes, diciendo: “El panadero con el PAN, el panadero con el PAN”.

 

La de 1968, fue una campaña gloriosa no solo por su resultado en el que el pueblo expresó su voluntad derrotando al gobierno en las urnas, sino también por todas las historias de fiesta y de heroísmo cívicos que la hacen única y memorable. Yo espero anhelante que sus protagonistas y los historiadores un día nos la ofrezcan en páginas doradas.