Las eternas invasiones
Por: Manuel Villegas
Hace menos de dos décadas, ir a las colonias de la Zona Este de Tijuana significaba invertir más de medio día en recorridos por veredas, cañones, arroyos y montes, lodosos en temporada de lluvia y polvorientos todo el año.
Allí donde el sol sale y calienta más, el sitio que muchos identifican como “El Este”, la Presa Rural, e incluso con el despectivo “El Florindio", conviven diariamente vecinos de fraccionamientos de catego con familias que apenas y tienen para malcomer.
Aún a la fecha hay zonas donde no existen los mínimos servicios, y aunque los tuvieran, la famita de alboroteros y peligrosos que se cargan los pobladores de esta otra Tijuana no se los quita nadie.
Una de las primeras colonias que visité en este punto de la ciudad fue El Pípila, y les caí de noche, durante un invernal operativo policiaco en busca de “malandrines” -así dijeron los jefes para interesar a los reporteros- allá por el 97.
Recuerdo que esa lluviosa noche dos patrullas del desaparecido Grupo Táctico Especial quedaron atascadas en el lodo, pero gracias a que ya se habían cubierto las cuotas de detenidos hubo brazos suficientes para sacar las unidades de la conflictiva colonia antes de que empezaran las pedradas contra los agentes, un colega fotógrafo y yo.
Ahora llueve y los polis no se meten a estos barriales. Se los pueden escabechar.
Entonces del bulevar Héctor Terán ni sus luces, del Casablanca menos, y con el Corredor 2000 nadie soñaba, pero en esta zona ya empezaban a programarse las construcciones masivas de fraccionamientos que ahora proliferan hasta en cerros bajo curiosos nombres, y algunos muy pegaditos a las carreteras que llevan a Tecate y a Rosarito.
Pero pocos recuerdan, y las nuevas generaciones menos, que estas colonias surgieron gracias a los invasores del Este. Líderes ya fallecidos, algunos presos, otros enfermos, y hasta libres y sanitos que hoy son transportistas millonarios se repartieron miles de terrenos y formaron nuevos núcleos de población más allá del Cerro Colorado y más acá del antes conocido como “Palo Florido”.
Entre los ochentas y noventas, igual que en los tiempos de “la leva” revolucionaria, reclutaban invasores los grupos de Ricardo Montoya Obeso, Manuel López Padilla, Alejandro Moreno Berry, Polo Campas, Agustín Luna y María Nieblas, entre los líderes más conocidos que repartieron esta zona, quienes por decenas se apostaban en los predios sin uso ni dueño ni cerco. ¡Y sáquenlos si pueden!.
Pero los que sí se pasaban de veras eran los que levantaban sus casitas de lonas y cartones en las orillas del arroyo Alamar. Familias provenientes de otros estados, en su mayoría trabajadores de las maquiladoras de Otay y de La Presa, inundaron los inundables terrenos durante años, resucitaron la antigua “Cartolandia” y sólo se salían -o aceptaban que los sacaran- cuando el arroyo empezaba a crecer.
De pronóstico reservado fueron los desalojos ordenados en 1993, en 1998, y en varios inviernos posteriores, incluso con apoyo de militares, reubicaciones que crearon e hicieron crecer colonias ubicadas al Este como son Planicie, Altiplano, Nido de las Águilas, todas las Terrazas, La Morita, El Niño y varias más.
Pero las lluvias no los detienen y los nuevos invasores siguen plantados en los lechos del Alamar, entre el Gato Bronco y el Terán Terán, del Terán Terán al Cañón del Padre, en las faldas del Cerro Colorado y en otras zonas consideradas de alto riesgo.
Quieren ser reubicados, pues, y crear colonias o aumentar las ya existentes. Y si la autoridad roja o azul no los escucha, ellos seguirán con sus marchas y antorchas estorbando el tráfico y levantando tendederos de ropa frente a edificios públicos para que les den ya sus terrenos con todos los servicios y a bajo costo porque dicen merecerlo.
En posteriores reportajes y recorridos por el Este, durante más de una década, entre los noventas y el nuevo milenio, he sido testigo del incremento en el número de casas de oración de diversas religiones, salones sociales, autoservicios, minimercados, "carwashes", marisquerías, abarrotes con "minicasinos" cerca de escuelas, así como de la creación de un nuevo campus universitario, pocas prepas, muchas cantinas y multitud de expendios de alcohol.
También en esa década, sobre todo entre septiembre y diciembre del 2008 en particular, cuando se desató una cruel racha de violencia que enrojeció calles y baldíos con cuerpos desmembrados, disparos al aire y robo de cajeros automáticos en mercaditos, de día y de noche, la Zona Este también hizo una triste aportación a las estadísticas de inseguridad de esta frontera.
Ahora, con los ánimos un poco en calma, la vida y la muerte siguen abriéndose camino, y para los de afuera un recorrido por las colonias sin perder de vista el pavimento representa perder menos de tres horas, por donde antaño hubo veredas, cañones, arroyos y montes.
Pero a sus residentes, a los viejos y nuevos invasores del Este, la famita de alboroteros y peligrosos que los persigue ya no se los quita nadie, igualito que ocurría con aquellos líderes de las eternas invasiones.