Por Manuel Villegas
TIJUANA BC 10 DE ABRIL DE 2020 (AFN).- Hurgando entre cosas guardadas, deporte extremo al cual tijuanenses y otros seres humanos nos aficionamos desde hace tres semanas, encontré una grabación que me hizo el día.
Coloqué una cámara en la ventana del segundo piso justo a medianoche el martes 31 de diciembre del 2019, en dirección al Cerro Colorado de Tijuana, y empecé a grabar desde el primer segundo del 2020; luego, bajé a repartir saludos y abrazos.
Cien días después, frente a mi pecé observo ese video, y pongo especial atención al audio. Durante diez minutos de festividad nocturna, quedó demostrado que a los tijuanenses nos importan un cacahuate las prohibiciones. Veo y oigo pirotecnia, gritos, motores acelerados, sirenas, patrullas y ambulancias. Balazos, incluso. Apuesto que fueron "Cuernos de Chivo", por lo repetitivos. Eso llenó el espacio en estas comunidades de la Zona Este esa noche.
Fue una cosa de locos. De locos irresponsables. De incumplidos, ya que la pirotecnia está prohibida en esta ciudad desde los últimos días de septiembre del 2019. Excepto algunas "brujitas" y postecillos de bengala, no hubo venta de pólvora, ni cohetes, ni un triste "cherry boom", nada de ese calibre podía venderse en todo el municipio durante las festividades de Navidad y Año Nuevo, para evitar accidentes y heridos; además de que por Ley se persigue y castiga a quien haga detonaciones de arma de fuego al aire, para prevenir lesionados o muertos.
Pero ya dije antes: A los tijuanenses les importa un rábano tales prohibiciones.
Esa era la idea de grabar la festividad, y eso es lo que el video demuestra sin utilizar palabras.
Cien días después, en el primer minuto del 10 de abril de 2020, hoy que es Viernes Santo, el ambiente es totalmente distinto.
Ni un sólo ruido en kilómetros se escucha desde este ángulo que da al Cerro Colorado, ninguna patrulla, contrario a lo que he visto en quince años de residencia en esta zona.
El silencio no es por la amenaza de lluvia, pues hemos tenido tormentas y nadie calla. No creo que sea porque hace aproximadamente una hora se registró un leve sismo. Mucho menos es por el frío del ambiente.
El motivo del silencio en las madrugadas se llama "Pandemia" y se apellida "Por Coronavirus".
Es ésta contingencia presente, por ese virus del mal que será denominado "COVID-19" en los anaqueles médicos de la historia, un ente de forma redonda, con pelitos o ventosas, o patitas o manitas, no sé que serán esas cosas, y del cual se nos ha dicho que es una bola viajera, la cual salió desde el bosque de la China hasta conquistar todo el territorio humanamente poblado, dejando tristeza y dolor al paso.
Esta pandemia llega y vence. Se manifiesta en estornudos, tos, dolor de cabeza y termómetros con el mercurio elevado. Al momento en que esto escribo suman ya 95 mil 739 fallecidas por todo el mundo, según San Internet, consultado a las 22:04 horas del jueves 9 de abril.
Nadie imaginó jamás que viviríamos algo parecido, un cambio tan drástico. Apenas en diciembre veíamos el televisor y redes sociales, y nos enteramos de un virus que asolaba las provincias chinas, en los mercados de animalitos, asados y fritos, tan lejos de nuestras mesas y salones de bailes que nuestro estado de ánimo nunca variaba. Eso jamás nos va a pasar, decíamos, al ver el masivo encierro oriental.
Y seguíamos nuestras rutinas. Salimos al cine y a los bailes, renegábamos del tráfico, bailábamos "La Cumbia del Coronavirus", cantábamos "La Tusa" y pensábamos que en Asia hacían "toro este llanto por nara”, íbamos a la tienda de la esquina por un six y otras bebidas. Demostrábamos esa preocupación que los pingüinos tienen ante el frío del invierno.
Trece semanas después, las mascotas se ríen de nosotros. Estamos encerrados y conscientes de que salir a comprar una bolsa de papas fritas, una soda o galletitas, nos puede llevar la Huesuda, pondremos en peligro a la abuelita, y seremos un riesgo de contagio para el barrio entero.
Así que, henos aquí. Estamos refugiados en nuestras cuadradas cuevas, por las tres invitaciones seguidas que nos hizo el buen doctor Hugo López-Gatell, quien con dramatismo nos dijo aquella frase para la historia: "Quédate en casa".
Desde la ventana vemos pasar, sin verlo, al dinosaurio ese del COVID, todo verde el tipo, redondo y lleno de cosas raras, un bicho que en la historia será conocido como la pandemia que inició el tercer milenio.
Hablando de López-Gatell, quien hace unas horas dijo que han muerto ya 194 mexicanos, este santo varón de la Cuatroté nos ha pedido permanecer por más de 40 días sin asomar la nariz, excepto para ir a comprar alimentos, medicinas y para ir al hospital; y por su causa es que desde estos reducidos espacios vemos pasar la vida, a sabiendas de que si sacamos una pierna por la ventana, el Coronavirus la tomará y nos arrastrará consigo.
En el día cien del 2020, estamos convertidos en seres ocultos, atemorizados, tragones y al borde del colapso, humanos que quizá en poco tiempo -horas probablemente si esto continúa- nos pelearemos con quijadas de burro o nos tundiremos a golpes por un rollo de papel sanitario, nos tundiremos hasta regar los dientes por poseer la última lata de sardinas, una bolsa con cinco bolillos o medio kilo de jamón ahumado.
Aterrados deben estar, quienes oyen rumores sobre la próxima escasés de cervezas, el que no pagó a tiempo su internet, los que viven al día y no pueden salir a realizar actividades en busca de unos pesos para mantener a sus hijos, y otros para quienes el apoyo del gobierno significa hoy una puerta abierta en su beneficio.
Presos de la rutina, en el ambiente que he descrito, los tijuanenses llegamos al centésimo amanecer de este 2020 y ya queremos que se termine. Hoy es el día 20 de esta inesperada cuarentena, y vemos lejano aún lejana La fecha en la cual el suplicio terminará, igual que ocurrió en algunas provincias asiáticas.
Muchos ya conocemos de memoria la distancia de la puerta al baño, de la cama a la mesa, de la mesa a la cama, de aquí al sitio donde están computador, laptop y celular. Nos aterra la idea de que se vaya la luz, y de ser el resto de nuestras vidas, lo que sea que estás duren, lo que antes criticábamos de otros seres humanos que solían vivir solos y encerrados, sin vida pública y pendientes del videojuego y las redes sociales.
Por eso escribo estos mensajes desde el encierro. Para que mis hijos y mis nietos, junto con las futuras generaciones, sepan que en toda Tijuana, en la semana Santa del año 2020, los ciudadanos frente al Cerro Colorado, de La Mesa, en Otay y desde Playas, en el Centro y en La Presa, permanecimos semanas refugiados cual londinenses en bombardeos, temerosos de besos y de abrazos, saludándonos con videollamadas y enlaces en redes, cuando vivimos con el terror de hacer la fila en cajeros, de esperar la entrada a la tienda guardando la sana distancia, para adquirir la leche y la cartera de huevos, cuando experimentamos ese sentimiento cruel de ver que los productos estrella de la pandemia habían desaparecido de anaqueles y pasillos.
Recordaremos entonces, quizá con cohetes, gritos, motores acelerados y sirenas de patrullas, que la vida siempre nos había sonreído y que siempre fuimos felices, pero ni nos dimos cuenta.