CONCHITA BAJO EL BRAZO
Por: Ana Velia Guzmán
Tenía solo 10 pesos en la bolsa, un cansancio extremo y una recién nacida que alimentar.
La pequeña Conchita nació en medio de una dinámica familiar complicada. Su mamá, una jovencita quinceañera, que, creyó en las mieles del amor temprano. El padre, otro joven de mayor irresponsabilidad que edad, que ni siquiera compró la primera dotación de pañales.
La mamá de Conchita, disertó por espacio de segundos, qué hacer con tan preciado botín, no con su pequeñita recién adquirida, sino con sus diez pesos que le sobraron tras comprar apenas lo básico para su bebé.
Tenía sólo 10 pesos en la bolsa, un cansancio extremo y una recién nacida que alimentar.
Su educación quedó truncada tras su esfuerzo como madre, en su casa paterna, el apoyo de techo y cobija era claro, pero lo que no eran las monedas, que no alcanzaban para alimentar a la nueva integrante de la humilde familia.
Solicitud de empleo a mano, sólo las primeras líneas llenas y como requisito básico, apenas la primaria ¿en qué trabajar? ¿cómo vivir de hoy en delante? ¿con qué sacar adelante a Conchita? Lo único claro era que, tenía 10 pesos en la bolsa, un cansancio extremo y una recién nacida que alimentar.
Decidió que era peor no hacer nada que hacer todo y como todo era algo que no podía hacer, decidió entonces hacer algo, y comenzó a tocar puertas, y esperar a que, alguna se abriera, aunque fuera para presumirle a su recién adquirido tesoro.
Niña, ¿es tu hermanita? ¿de dónde te la robaste? ¿qué vas a hacer con ella? Eran bombardeos que recibió en más de diez ocasiones al día mientras, casa por casa, buscaba una luz de esperanza, porque la hambruna no sólo es privativa de Africa, y en nuestro país también abunda.
Caía la tarde y con ella, las fuerzas de la madre de Conchita, quien con heridas en los pies, la piel requemada y sus diez pesos, seguía con la fé, en la frente y en el corazón.
De pronto, Conchita, quien había estado llorando ya sin lágrimas, hizo una tregua, se acomodó en su franelita, esbozó un guiño y dibujó una sonrisa que obligó a su mamá de respirar , detuvo la marcha y recordó que su estómago seguía vacío, y supo qué hacer con sus diez pesos.
Ya que no le alcanzaría para la primer consulta de su bebé, ni para los dos transportes que tenía que tomar pero, sí, para comprar una pieza de pan dulce, de los que tanto antojo tuvo durante nueve meses, y así, sentada en la banqueta, y sosteniendo amorosamente a Conchita en un brazo, y en el otro su concha, pero de pan y azúcar, pensó: “Mañana, tal vez mañana…por qué no mañana…”
Tenía un cansancio extremo, una hija que alimentar y mil sueños que perseguir, pero sería hasta mañana.
MIRADA CIEGA
El no ve que lo ven, pero lo ven sin ser visto, porque bien visto el no es, pero ¿qué fue lo que el vió y qué hoy ya no se ve?
Acostumbrados a su presencia en el trajín cotidiano, se asoma una figura escondida, lleva desde hace 10 años la misma gorra, eso si, aseada pero desgastada, con el viso de haber sido impresa para alguna campaña política de ese partido que hoy lo rechaza y que nunca lo apoyó más allá de la simple entrega de una despensa que no le solucionó su difícil vida.
Su nombre ese si, sigue siendo el mismo, es Don Rufino, pelo cano, piel tostada, callos en las manos y un bastón que no se cansa de ser su último apoyo, ese que nO lo abandona, aunque claro, tampoco lo hace el del puesto de revistas que, a diario, lo auxilia para cruzar la calle y entonces poder disponerse a buscar el sustento diario.
En sus manos, un humilde botecito, y en sus ojos, una venda permanente que le impide percatarse de la cotidianeidad que lejos de ser espontánea es solo instántanea y fugaz.
Pero, a quien le importa este personaje? ¿Quién siquiera pierde microsegundos de su valioso tiempo en voltear a verlo?
Vaya! Ni siquiera en lo aburrido que provoca el rojo en las esquinas, optamos por apreciar ese ser que fue productivo, al igual que tu y que yo, que tuvo familia, al igual que tu y que yo, pero, que, a diferencia tuya y mía, el vive su realidad, con una alegría serena.
Quien milagrosamente, ha volteado a verlo, se sorprende de que, mantiene siempre una sonrisa, como si quisiera adelantarse al pensamiento y a la decisión rápida de quien pasa por ahí, en espera de recibir una moneda, el, a cambio, regala eso, un esbozo de carcajada y eso, creánme, en estos tiempos, no tiene precio.
Cuando observen a personajes citadinos como estos, no es obligado ofrecerles una moneda, es cuestión de caridad y de valor, como valor requiere para personas como Don Rufino, vivir el difícil día a día sin la esperanza cierta de que recibirá apoyo, hay que valorar, quienes tenemos el preciado don de la vista. Dios nos la dio con otro fin mas allá que el de ver para criticar, hay que ver para ayudar, hay que ver para sentir, hay que ver, para escribir.