Por: Manuel Villegas
EL GUERRERO EN LAS PENUMBRAS
Hace casi 35 años, a finales de 1977, cuando en la primera etapa de lo que hoy conocemos como la Zona del Río aún predominaban ranas, mosquitos, lagartijas y otros insectos y animales rastreros, en una glorieta cercana a lo que sería la futura canalización del río Tijuana rellena de concreto se retiró una estatua y se colocó otra en honor a Cuauhtémoc, el onceavo y último emperador azteca.
Esta vez les ofrezco esta historia sobre tan poderoso personaje de la historia mexicana y de cómo su efigie de bronce llegó a Tijuana donde el evidente desinterés municipal lo mantiene en las penumbras al caer la noche, cual coyote aullándole a la luna.
Resulta que el pasado 13 de agosto, por la tarde, se cumplieron 490 años, exactitos, de la derrota del Imperio Mexica a manos de los invasores de España. Ocurrió en un martes. ¡Martes 13!. Después de 75 días de asedio de parte de los conquistadores quienes eran apoyados por tribus guerreras que deseaban liberarse de la opresión azteca.
Resulta que después de la expulsión de los españoles de Tenochtitlán, tras la batalla que fue conocida como la "Noche Triste", las epidemias, el agua contaminada, el hambre y las noticias de que se preparaba un ataque masivo contra el Imperio, nuestro personaje asumió las riendas del gobierno al morir su hermano mayor Cuitláhuac por causa de la viruela.
Muy poco pudo hacer Cuauhtémoc para sumar aliados. Pensó el Emperador que sería fácil y durante semanas y meses, mientras se enteraba que el enemigo marchaba contra Tenochtitlán trayendo consigo algunas naves desarmadas desde la Vera Cruz, recurrió a pedir auxilio de aguerridas tribus para contrarrestar los ya inevitables ataques masivos.
Ofrecían incluso reducir y hasta terminar con impuestos y tributos a cambio de alianzas, pero las leyendas sobre hombres de armaduras, caballos y armas de fuego llegaron antes a estos pueblos y los mexicas se estaban quedando solos. Los españoles, según las leyendas generalizadas, eran "guerreros vestidos de hierro y que traían una cosa que tronaba como las nubes, y muchos animales como venados en los que montaban para pelear".
Un año después de su derrota, Cortés y 150 mil guerreros aliados ya tenían rodeada la ciudad construida en el lago de Texcoco. El domingo 11 y el lunes 12 de agosto del 21, el jefe de los barbados se quedó plantadote en un tianguis donde había invitado al Emperador a platicar para definir los términos de una rendición honrosa. Pero el monarca, quien por ese entonces tendría apenas 25 años, lo ignoró olímpicamente.
Total, Cortés se encanijó por tal desaire y ordenó el asalto a la ciudad, penetraron sus barcos por los canales arrasando canoas y cadáveres de tantos días de enfrentamientos, y sus huestes y aliados atacaron sin encontrar mayor resistencia que la de viejos y mujeres y niños que combatían con macanas y a pedradas. Nadie pudo evitar tal masacre, y ese lunes habría terminado todo de no ser porque el conquistador ordenó el retiro de las tropas a causa de la peste que amanaba del lago tapizado de cuerpos.
Refieren los historiadores que miles vieron cuando el mismísimo Cuauhtémoc se paseaba en una canoa en la laguna formada y ampliada por recientes lluvias, lo que ocurrió en la zona donde actualmente están Amaxac, Peralvillo y la Plaza de Tlatelolco. El Emperador se paseaba altivo y retador, quizá porque tenía la intención de ser así recordado por sus vasallos y por los atacantes si acaso moría en el campo de batalla.
Y así llegó ese martes 13 de agosto de 1521, el día dedicado a San Hipólito en el calendario español, y terminaron los 75 días de sitio a la ciudad mexica, donde miles de sacerdotes y guerreros "flacos del hambre y el trabajo, armados de todas sus armas e insignias", estaban listos para el combate en los templos, azoteas y canoas. Justo a las tres de la tarde se escuchó por última vez el sonido del caracol del Emperador Cuauhtémoc, con lo que inició la confrontación final, y cerca del atardecer el rey fue capturado junto con algunos de sus dignatarios, su esposa y otros familiares.
Hay quienes afirman que salió en una canoa por un pasaje secreto del palacio donde dio la señal de ataque, pero el caso es que tras su detención, dos jefes españoles se pelearon abiertamente por la custodia del prisionero real, hasta que finalmente fue llevado en presencia de Cortés.
Recogen los cronistas, lo que comprueba que la historia la escriben los vencedores como hizo el misionero Bernal Díaz del Castillo en su "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España", que Cuauhtémoc fue abrazado por Cortés cuando se lo presentaron, que el moreno guerrero puso una mano sobre el puñal del rubio, que le llamó "Malintzin" y que le dijo: "He hecho cuanto podía en defensa de mi ciudad y de mi pueblo y vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder; toma este puñal y mátame".
El caso es que esa tarde, mientras el sol se ocultaba y en el horizonte se acercaban negras nubes de tormenta, se escribió el final del reinado del onceavo emperador de los mexicas, un pueblo que tuvo como "tlatoanis" en menos de un año al guerrero poeta Moctezuma, al rey Cuitláhuac que reinó 80 días y murió por la europea viruela que se conocía entonces como "Teozahuatl" o "granos de Dios", y al guerrero sacerdote Cuauhtémoc cuyo nombre significa "El Águila que cayó".
Tras la muerte del último Emperador, quien fue torturado durante meses y quemado de pies y manos para que revelara el sitio donde estaban los tesoros de Moctezuma, las leyendas y la polémica lo persiguieron al grado de que nunca quedó claro el lugar donde fueron enterrados sus restos.
Hay crónicas que refieren que el español ordenó la muerte de Cuauhtémoc, ya convertido al cristianismo, a quien acusó de una presunta conspiración, y ordenó que fuera ahorcado en una ceiba el 28 de febrero de 1525 "en un lugar del sur de Campeche llamado Xicalango".
Más de 400 años después, en el seno de una familia de artesanos en Chilapa, Guerrero, nacería un chamaco a quien sus padres llamaron Alfonso Casarrubias. Ponchito se convertiría en el escultor más influyente del Estado, al grado de que sus obras ecuestres, héroes y figuras religiosas han adornado y adornan templos, jardines y glorietas a nivel nacional. Entre las obras de Casarrubias, las más notorias, destacan la estatua ecuestre de Vicente Guerrero que adorna el frente del Poder Legislativo de su tierra natal, y una de San Miguel Arcángel que se colocó en la catedral chipalense.
Pues resulta que durante la juventud de Casarrubias, allá por septiembre de 1949, ocurrió un hallazgo arqueológico que puso al municipio de Ixcateopán, cercano a Chilapa, en el mapa nacional: Un equipo de arqueólogos encabezado por la maestra Eulalia Guzmán, anunciaron al mundo que en una excavación realizada en el piso de la iglesia del pueblo habían desenterrado una osamenta que según sus estudios eran los restos del último tlatoani azteca.
Por meses y años todo fue fiesta y orgullo en Guerrero, al grado de que el gobierno local aprobó dar el nombre de la maestra a una de sus calles principales justo donde se ubica el Palacio Municipal, y se solicitó además denominar al municipio como "Ixcateopan de Cuauhtémoc", lo que ocurrió en 1950.
Pero el gozo se fue al pozo junto con los huesitos encontrados, cuando dos comisiones de expertos nombrados especialmente para validar la autenticidad del hallazgo determinaron que los restos no eran de Cuauhtémoc, sino que pertenecían a ocho muertitos varones y que el cráneo era de una mujer. El escándalo fue tal que hubo incluso quienes llegaron al extremo de exigir que la maestra y su equipo fueran fusilados "como una pandilla de traidores".
Como muestra del orgullo por el hallazgo en tierras guerrerenses, la historia de la arqueología mexicana recogió que en 1976 hubo una tercera comisión especial que avaló el veredicto en contra, y que cuando los expertos llegaron al Estado, en una comida que les ofreció el entonces gobernador Rubén Figueroa, éste les dijo que esperaba que hicieran pronto su trabajo "y digan que aquí está Cuauhtémoc para que puedan regresar a la capital, pero con cabeza”.
Ah, y cosa curiosa: Pese a que resolvieron que no eran los huesos auténticos, los miembros de las citadas comisiones recomendaron que, igual que ocurrió en 1887 cuando se inauguró en el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México un monumento al emperador, el prócer azteca debía tener otra estatua en Ixcateopan para que no pasara inadvertido el hallazgo cuya autenticidad fue rechazada.
Sobre el paradero de los restos, en algunos pueblos de Campeche y Tabasco aún hay gente que jura y perjura que tienen pruebas de que los restos que conservan de Cuauhtémoc son los verdaderos.
Y es aquí donde entra en nuestra historia el escultor Casarrubias, ya un destacado artista, mismo quien por encargo del Gobierno del Estado de Guerrero creó la monumental estatua de bronce del Emperador que se envió como regalo a Tijuana, trasladada en tráileres y en partes, para ser rearmada en este punto de Baja California donde entonces se estaba definiendo el desarrollo urbano que conocemos como la “Primera Etapa del Río”.
Sobre la fecha exacta de la colocación de la estatua no se pudo encontrar referencia ni en libros ni en periódicos de la época, además de que el monumento carece de alguna placa informativa. Por fotografías en diversos fechas queda claro que se dio fe del retiro de una escultura dedicada a las madres que estaba colocada en la glorieta que formaban el entonces bulevar Reforma, hoy Cuauhtémoc Sur, y el Paseo de los Héroes, frente a donde hoy tenemos un restaurante cuya franquicia data de la Revolución, de un popular centro comercial y de un hotel color rosa que se yergue donde alguna vez estuvieron enormes depósitos de vehículos chatarra.
Sobre el destino del "Monumento a la Madre", popularmente conocido como "La madrecita" quizá por su tamaño en aquel enorme basamento, este fue reubicado pero no es el que actualmente vemos en la explanada de Palacio Municipal. Ahora se le encuentra en el pequeño parque de la colonia Buena Vista.
Finalmente, en aquel sitio donde a finales del 77 predominaban las ranas, mosquitos, lagartijas y demás Tijuana Fauna, en la glorieta del último Emperador azteca, orgullo nacional y punto de referencia sin igual, persiste un evidente desinterés municipal por mejorar el sitio.
Salvo las ruidosas visitas que se le hacen cuando gana algún equipo futbolero, con la discreta ofrenda que nacionalistas colocaron el sábado 13 de agosto, con una bandera roja atorada en su penacho desde hace más de un año y que nadie quiere retirar, además del persistente vandalismo que se lleva su metal y vandaliza lámparas y jardineras, el guerrero sigue de pie. Pero su imagen se pierde en las penumbras cuando cae la noche.
NOTA: Las ilustraciones donde se representa al Emperador según los códices de la época y fotografías, fueron tomadas de diversos impresos. Otras imágenes no propias están disponibles en portales de Internet.