Procesos Políticos
Un final con sabor amargo
En una semana en la que los medios de comunicación se enfocaron en cubrir la discusión que se desarrolla en la Cámara Baja sobre la iniciativa de reforma laboral presentada por la Presidencia de la República, y en la desaparición-aparición de Aleph Jiménez, miembro del grupo #YoSoy132 Ensenada, casi pasó por desapercibida la participación de Felipe Calderón en la 67 sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
El evento al que asistió Calderón no es para menos, ya que ante el pleno de la ONU responsabilizó a los países con altos índices de consumo de drogas, y con venta desmedida de armas (léase Estados Unidos), de los escasos resultados que se han dado en el combate al crimen organizado para impedir el comercio ilegal que se da con el tráfico hacia países latinoamericanos, cosa que es sabida por todos, sin embargo, Calderón lo hace en un momento de poca trascendencia, es decir, con tan sólo 62 días restantes para despedirse del poder.
No obstante, lo más llamativo del mensaje de Calderón en este evento fue su pronunciamiento a favor de que se replanteen las estrategias del combate al crimen organizado, entre las cuales se destaca la legalización de cierto tipo de drogas como medida para afectar las arcas de los grupos que se encargan de distribuirlas.
Si bien es cierto que este tema no es viejo, e incluso, lo han puesto sobre la mesa personalidades como el ex presidente Ernesto Zedillo y el premio nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, entre otros, también es cierto que Felipe Calderón se mostró reacio ante esta posibilidad durante la mayor parte de su sexenio. En este sentido nos preguntamos: ¿por qué hasta ahora?
Quizás sea ocioso tratar de dar respuesta a esa pregunta, sobre todo porque Calderón ya va de salida junto con el PAN. Sin embargo, lo que sí es lamentable es que durante más de cinco años el presidente, que está por extinguirse, considere –por lo menos en el discurso– otro tipo de estrategia para combatir al crimen organizado después de una guerra que emprendió al inicio de su mandato y que ha acabado con la vida de más de 70 mil mexicanos, afectando gravemente el tejido social de México.
Otro dato interesante que vale la pena apuntar es que Calderón levantó la voz en el extranjero y no en México, quizás buscando así mayores reflectores de carácter internacional y evitar la polémica sobre el asunto en tierras mexicanas.
No obstante, volvemos a caer en lo mismo, sólo le restan 62 días para dejar el poder ejecutivo, lo cual lo limitaría en demasía en el supuesto de que se decidiera a emprender acciones para tratar de cambiar en algo la estrategia contra el crimen organizado que actualmente se lleva a cabo, agregando que, después de que el Congreso concluya con los trabajos legislativos para atender las iniciativas preferentes que Calderón envío en días pasados, se vendrá la discusión del próximo presupuesto de ingresos y egresos, sin olvidar que el Gobierno Federal estará ocupado en atender lo correspondiente a la alternancia de gobierno que dará paso a Enrique Peña Nieto y sus colaboradores.
Incluso, para muchos mexicanos, lo dicho por Calderón en la ONU podría parecer insultante, dado que tuvo todo un periodo de gobierno para escuchar a familias afectadas, personajes de la academia y de la sociedad civil, que constantemente demandaban un cambio de rumbo en la materia. En su momento, pese a las críticas de estos actores, Calderón no reculó en su idea de combatir al narcotráfico de manera frontal sin contemplar el respeto a los derechos humanos y el desgaste del Ejército como institución clave del Estado mexicano.
Un final con sabor amargo, o mejor dicho, un sexenio con sabor amargo, será parte del legado que Felipe Calderón plasme en la historia política de México. Su metamorfosis como candidato presidencial a presidente constitucional, es decir, de buscar ser el “presidente del empleo” para convertirse en “el presidente que enfrentó al crimen organizado de manera irracional” gracias a la falta de legitimidad con la que ascendió al poder tras una elección que dejó insatisfechos a muchos, y a su estilo personal de gobernar, será un aspecto que lo distinga de por vida.
En fin, ese fue Felipe Calderón, un presidente que se preocupó más por controlar e intervenir en los asuntos internos de Acción Nacional para imponer a sus amigos en diferentes puestos de elección popular, y en otros que no lo requerían; haciendo parecer que la tarea de gobernar al País no era la indispensable. Al tener como prioridad el partido y no el gobierno, su mayor derrota política fue el haber agudizado el hartazgo por el blanquiazul a nivel nacional, desplazándolo hasta el tercer lugar en las preferencias electorales, y haber sido corresponsable de que, gracias a su deficiente gestión como presidente, el primero de diciembre el PRI se vuelva a hospedar en Los Pinos.
Abel Muñoz Pedraza es licenciado en Relaciones Internacionales por la UABC, maestro en Estudios Sociales con línea en Procesos Políticos por la UAM. Actualmente estudia el doctorado en Estudios Sociales con línea en Procesos Políticos en la misma institución. Correo electrónico: [email protected]Twitter: @abelmunozpedraz