*. - Reitera el gobernador que no se va antes del 31 de octubre
DORA ELENA CORTÉS
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TIJUANA BC 7 DE JULIO DE 2021 (AFN). – Podría decir que casi media Tijuana trabajamos en alguno de los establecimientos de los supermercados Limón, claro que, refiriéndome a mi generación, y también podría asegurar, sin temor a equivocarme, que don Alejandro Limón Padilla, fue un hombre como pocos: serio, recto, formal, caballeroso, pero también riguroso y exigente, al que nunca entendí por qué muchos le temían.
Yo lo conocí hace ya muchos ayeres, cuando tuve la fortuna de ser aceptada en las oficinas generales de los supermercados Limón que él dirigía, y que se ubicaban donde ahora está la Universidad de las Californias, en el bulevar Benítez de la zona de La Mesa, cuando ni por sueños estaba pavimentada, y era apenas una brecha que tenía dos carriles, uno de ida y otro de vuelta.
Mi padre Alfredo Cortés Cruz y don Alejandro ya se conocían por las actividades de ambos, el primero por ser periodista y el segundo un conocido empresario, sectores que por varias razones siempre se han entrelazado; Hoy ambos han fallecido, pero les identificaba su manera de ser, particularmente por la seriedad que compartían, la formalidad y la ética que ambos se preocupaban por inculcar en sus respectivas familias.
Hoy que don Alejandro falleció a los 88 años, no puedo menos que recordarlo por las atenciones que siempre me brindó, por su amabilidad, y por los conocimientos que me permitió obtener, en el poco tiempo de menos de un año, en que trabajé en sus oficinas.
Se puede decir que fue el primer trabajo formal que tuve en mi vida, aunque antes, como todos los adolescentes empecé a conocer el mundo laboral en tiempo de vacaciones escolares, aprendiendo el periodismo con mi padre, o luego en establecimientos comerciales, o de servicios otorgados por profesionistas como parte de mi formación.
Por la amistad de mi padre con don Alejandro éste le solicitó una oportunidad para mí, para que pudiera trabajar en sus oficinas, con algunos conocimientos básicos, y “cuando pisaba” la mayoría de edad; Don Alejandro dijo que sí, pero que tendría que pasar una prueba en recursos humanos, y que si la superaba de manera exitosa me quedaría, y así sucedió ¡me quedé!
Entré como recepcionista general de las oficinas centrales de los supermercados Limón, que para mí sonaba como un puesto muy rimbombante, así que lo asumí con toda la actitud.
Don Alejandro que, junto con sus hermanos Irineo y Evangelina dirigían desde esas oficinas el gran conglomerado de supermercados que incluían algunos en Ensenada, siempre reconocieron con mucha humildad, la autoridad que en la organización tenía don Alberto Limón, quien era el propietario y fundador de esta organización, en las que ellos tenían acciones.
Cuando yo ingresé a estas oficinas, las instrucciones que recibí y que luego me dejó muy claras el propio don Alejandro eran: nunca me niegue con nadie; cuando alguien llame y pregunte por mí no pregunte de quién se trata y páseme la llamada; lo mismo si vienen a buscarme; si estoy desocupado avíseme y hágalos seguir. Y nunca, pero nunca, olvide pasarme una llamada o un mensaje de don Alberto.
Recibir la instrucción de entrar a la oficina particular de don Alejandro en esas instalaciones, representaba para un empleado prácticamente el despido porque era el final de una cadena de llamados de atención del contador general, o del encargado de recursos humanos, o también por algunos detalles observados por el mismo Alejandro Limón.
A mí me tocó, por lo menos dos o tres veces, que don Alejandro me mandara llamar, y yo entraba siempre con una gran tranquilidad, seguramente nacida de la inconsciencia que me generaba el sentirme siempre convencida de lo que hacía, y entraba a esa oficina, ante la cara de estupor y miedo de mis compañeras secretarias que me advertían: ¡te van a correr! Pero esto no sucedía, después de la defensa que emprendía hacia mí misma, debatiendo lo que a don Alejandro le había parecido un error; tal vez se divertía con mis actitudes.
Un buen día, trabajando mi jornada normal, y después de algunas semanas con una fuerte gripa que se le convirtió en pulmonía a mi padre, regresé a casa solamente para enterarme que él había fallecido en el hospital de la clínica 7 del Seguro Social, donde había sido internado porque los tratamientos aplicados no funcionaron. Don Alejandro Limón, y toda “la plana mayor” de las oficinas, lo mismo que mis compañeros de trabajo nos acompañaron en el velorio, y después en las honras fúnebres.
Don Alejandro me ofreció todo su apoyo para seguir con el trabajo ahí, pero se presentó la oportunidad de que entrara a encargarme de la sección sociales del periódico El Mexicano, en ese entonces el diario regional de mayor importancia en el Estado así es que mi mamá y una tía, porque ni siquiera yo, decidieron que aceptaba.
El ofrecimiento no era como para despreciarse, ya que se trataba de la sección sociales más completa e importante del momento en el medio regional de más influencia, así es que ambas fueron para informarle a don Alejandro que yo tendría que renunciar, para atender la oportunidad que me estaba dando el entonces director Enrique Galván Ochoa.
Como don Alejandro se dio cuenta de que eso no fue una decisión mía, al día siguiente en que fui a renunciar de manera formal, a un trabajo con el que ya me había encariñado, me dijo que no tenía por qué hacerlo, que pensara bien lo que iba a hacer, porque el medio periodístico “era muy difícil, que yo estaba muy joven y que posiblemente no podría con ese reto, y que luego regresaría llorando a solicitar de nueva cuenta el trabajo en esas oficinas, como muchos lo hacían”.
Todavía para probarme me dijo, que el que se iba ya no podía regresar, porque quedaban cerradas las puertas en dicha organización, pero después de que le dije que lo había pensado bien, y que al final de cuentas mi padre me había estado formando para eso, y que me iría, me manifestó: “está bien; si por algo no puedes con ese trabajo puedes regresar sin ningún problema”.
Poco tiempo después, al ver mi trayectoria dentro del periodismo, don Alejandro siempre mostró orgullo y cada que nos encontrábamos en los eventos a los que asistía, o en los organismos en los que se desenvolvía, les decía a las personas que estaban con nosotros que yo era su “hija adoptiva”, que había trabajado con él, y que siempre estimó a mi señor padre. Y yo siempre le reconocí, y le tuve mucho afecto, ya que me tuvo consideraciones y me llegó a invitar a las fiestas familiares que hacían en su casa, y verdaderamente me trataba como si fuera otra más de sus hijos, aunque por mis actividades me fui separando, hasta verlo pocas veces, lo mismo que a doña Josefina -su esposa- y a sus hijos.
La última vez que tuve la oportunidad de saludarlo, fue en un evento que hizo Miguel Ángel Badiola Montaño, quien recibió un reconocimiento de la CANIRAC, y que, por lo tanto, invitó a numerosas personas al acto realizado en uno de los prestigiados restaurantes de la familia Plascencia.
Algo que siempre me quedó como recuerdo de don Alejandro y, como lección, fue cuando llegó un niño de unos 12 años preguntando por él, y yo fui a comunicarle de su visita, pensando en que no lo recibiría, porque me preguntaba qué podría tratar un empresario tan importante como él, con un preadolescente.
Pero lo hizo seguir adelante; por alguna razón volví a entrar a su oficina mientras sostenían su charla, y alcancé a ver que revisaba su boleta de calificaciones y le preguntaba por una u otra de estas; cuando lo comenté con su secretaria personal, esta me dijo que era uno de los muchos niños a los que ayudaba en su educación, pero que les tenía como obligación el sacar buenas calificaciones.
De don Alejandro se pueden contar muchas y muchas anécdotas que lo pintarían de cuerpo completo, pero no alcanzarían las páginas -ni el tiempo- para hacerlo, así que, por el momento nos quedaremos con esto.
Y disculpen si ahora utilicé esta columna para hablar solamente de un personaje, pero es que, además de ser de los forjadores de Tijuana; de los empresarios más exitosos, de los impulsores de la educación, de un hombre religioso que siempre organizaba la participación de los empleados de estos supermercados en las procesiones del 12 de diciembre para celebrar a la Virgen de Guadalupe, se murió mi “segundo papá”; Se murió mi “papá adoptivo”. ¡Descanse en Paz!
ANA Y CONDA. – Bueno ¿sí o no con las vacunas para Estados Unidos? ¡Que se pongan de acuerdo!
PD. - Y no solamente el presidente se equivocó al asegurar que solo ciertas vacunas serían aceptadas por Estados Unidos al reabrirse la frontera, sino que también “mató” a la esposa del presidente de Haití, al anunciar la trágica noticia y decir que ambos habían fallecido.
PD1. - Ya tienen dos noticias para el próximo miércoles en la sección “quién es quién”.
PD2. - El gobernador Jaime Bonilla va a tener que grabar un audio que se repita en automático, en el que diga que no se va antes del 31 de octubre del año en curso como siguen diciendo, sino que terminará la administración que encabeza.
PD3. - Ahora sí que se ha convertido en un “deporte” el tratar de adivinar si el gobernador ya se va, o sí concluirá su gestión.
PD4. - Como “pistas” les diré que podría haber cambios en el gabinete durante los meses de julio, agosto y septiembre. Tal vez le guarden alguno de los que se anunciarán al último.
PD5. - El gobernador instruyó a Vicenta Espinoza, titular de la Función Pública y Honestidad, para que presente una denuncia penal en contra del empresario mexicalense Federico Díaz Gallego, por el “robo” de agua en perjuicio de la comunidad.
PD6. - Recordó de nueva cuenta el video que este empresario difundió, mediante el que manifestaba su apoyo a la candidatura de Jorge Hank Rhon, y luego dijo que lo hizo después de afirmar que había un “cochinero” dentro de este Gobierno, cuando el “cochinero” advirtió, lo generaron en las anteriores administraciones que lo favorecieron.