Por: Manuel Villegas
TIJUANA BC 15 DE MAYO DE 2012 (AFN).- Aquel hombre daba vueltas como buscando acomodo en un rincón. Lo observé de reojo mientras ojeaba unas revistas, y cuando encontré el diario que buscaba me olvidé de su presencia.
Lunes 14 de mayo de 2012. 20:06 horas. Me acerqué a la caja con el diario bajo el brazo, y mientras buscaba las monedas para pagar vi que una empleada observaba a aquel desconocido desde una puerta, en ese minimercado del bulevar Insurgentes, un comercio cuyo nombre son dos números impares cuya suma en inglés es “eigthteen”, junto a dos estaciones de gasolina que dan salida a la Vía Rápida Oriente.
- Ya te vi, ya te vi – dijo la mujer que vigilaba, una morena joven, menudita, quien avanzó decidida por el pasillo hacia la puerta. No entendía lo que pasaba, distraído en pagar el diario impreso, hasta que vi que la empleada se quedó parada ante la puerta de vidrio, con unas llaves en la mano.
Se dirigía el hombre que daba vueltas, quien era evidente que entró a robar en ese negocio frente al Cristo de Los Álamos, y que acababa de ser descubierto.
El presunto delincuente era un joven delgado, moreno y de rostro golpeado, quien vestía sudadera gris arremangada de los brazos, con pantalones cortos blancos, tenis sin calcetines y una gorra negra con la visera hacia atrás en la que estaban impresos los números 8 y 7 al frente; en la mano derecha traía una caja, quizá lo que había hurtado.
- No me perjudiques, ya me voy, no los llames –dijo el sospechoso, a lo que ella respondió: “Te vas madres”, y ordenaba a la cajera, otra jovencita un poco más alta y blanca, que llamara al número de emergencias.
Ésta me dio de prisa el cambio del periódico y atendió las indicaciones de su compañera, quien según mis cálculos es la responsable del changarro y quien para entonces ya había cerrado la puerta de vidrio con candado.
- Señor, ¿Se quiere salir?... Hasta entonces la empleada reparó en mi presencia, pero ya era un poco tarde para pensar en irme, dadas las circunstancias.
- Pues ya estoy aquí. No las voy a dejar solas –respondí. Y no sé por qué dije eso. Fue automático. Bien pudo ser un: “Pues me encerraste, ya qué”, o algo menos decoroso. Pero quizá, como dicen, “ya me tocaba”.
Pellizcando el peligro
Así que ahí estaba yo, encerrado con dos trabajadoras y un ladrón, sin deberla ni pensarlo, en esta noche que apenas inicia.
Traté de estar sereno, moreno, y me hice hacia la pared, hacia una mesita donde los clientes se sirven el café y algunos pellizcan las galletas. Entendí que en ese momento yo pellizcaba al peligro, así que con la vista busqué cosas pesadas y calculaba qué podría utilizar en caso de que las cosas se pusieran aún más pesadas, por si fuera necesario defender el territorio. Había latas y frascos de vidrio, incluso los termos con cafeína caliente podrían ser buenos proyectiles, pensé de forma instintiva, con lo que me tranquilicé un poco.
20:10 horas. Un hombre tocó la puerta y la empleada le dijo, abriendo por la ventanilla corrediza que volviera más tarde, sin más explicaciones. Vi que el cliente se alejó pero se quedó a observar lo que ocurría, curioso, desde los enormes ventanales de cristal. El espectáculo debió alimentar su morbo, pues allí se quedó parado y empezó a grabar con su celular.
Ya vienen las patrullas, a juzgar por lo que decían las empleadas, quienes no llamaron al 066 sino a otra numeración que sólo ellas conocen; mientras el hombre iba y venía de un lado de la tienda al otro, se acercaba y se alejaba de la puerta mientras yo trataba de no perderle de vista las manos. No vaya a ser la de malas y éste saque una navaja u otra arma punzo cortante. Qué negativo soy. Sí.
- Ni te muevas, ni te muevas. Ni aunque supliques.. ni me llores… -decía la bravía mujer al sospechoso del vaivén, mientras yo seguía atento a sus manos y demás movimientos.
De repente, valiendo cochi, el tipo reparó en mí y noté cierto enojo y angustia en su rostro. “Yo no quería”, me dijo, como si explicarme le resolviera su problema. “La regaste, compita… quédate tranquilo... aguanta vara y no la riegues más”, recuerdo que le dije, tratando de mantenerme tranquilo, pero lejos de su alcance.
"Nos asaltan y no estás"
20:13 horas. Llegaron dos patrullas de la policía municipal. Una tras otra, “quemando llanta”, y respiré aliviado.
Un oficial fornido, pelón, entra y me mira directamente; lo mismo hace una mujer policía con cara de pocos amigos, quien trae en su derecha un aparatoso rifle y en su izquierda un radio Matra tipo "ladrillo".
La trabajadora señala hacia el de los pantalones cortos y hacia él avanzan los agentes; ni siquiera fue necesario someterlo, pues éste se puso de espaldas, se inclinó, abrió las piernas y puso sus manos hacia atrás para que lo esposaran. Con esta acción era evidente que ya estaba acostumbrado a este tipo de llamadas de atención.
- ¿Cómo quieres que te firme el reporte si nos asaltan y no estás? -decía la bragada empleada a uno de los oficiales presentes.
- Vi que se hacía el menso. Desde que entró se fue a los pasillos al fondo y evitaba voltear hacia la cámara. Por eso le cuidaba las manos. Por eso lo vi cuando tomó la mercancía…- explicaba la mujer a los uniformados; -y fue como lo vi cuando escondió el chocolate… - concluyó la trabajadora.
"¿Un chocolate?. ¿Por algo tan simple fue todo esto?”, pensaba mientras salía con el periódico en el brazo. Bueno, pero al menos me quedaré con la crónica de un robo simple sin violencia, me dije.
20:18 horas. Pasé junto al detenido, quien era subido a la parte trasera de la patrulla P-4927, donde ya habría algunos cinco infractores como él. Mientras me alejaba, de lejos vi que el hombre daba vueltas, como buscando acomodo en un rincón.