(CUENTO DE NAVIDAD, PREVIO AL COVID)
Por: Manuel Villegas
TIJUANA BC 24 DE DICIEMBRE DE 2020 (AFN).- Allá por los ochentas, apenas amaneció una mañana del 24 de diciembre, Saúl y Jesús salieron decididos al cerro cercano armados con un pedazo de serrucho, un cuchillo con poco filo y unas enormes ganas de traer un árbol para adornarlo y lucirlo esa Nochebuena.
Nunca en su tierna infancia pudieron tener un "pinito" navideño en casa, pues la economía les fue poco favorable, así que en esa ocasión, cuando uno tenía diez y el otro apenas ocho años, los hermanitos se pusieron de acuerdo para que, siquiera una vez antes de la adolescencia y juventud -donde quizá otros intereses pudiesen distraerlos- cumplirían con las ganas de adornar un arbolito con esferas y luces, bolitas de papel periódico envuelto en aluminio y una tira de luces incompleta y con cables pelones que les regaló un vecino.
Esa mañana su madre, su padre, un tío y algunos vecinos curiosos, los vieron caminar resueltos, cual amos del pueblo con actitud de aventureros, como "Indiana Jones" de rancho, con el pecho lanzado hacia adelante, resueltos y a paso veloz, decididos a traer el más frondoso arbolito que se les atravesara en el camino, así fuera cargándolo o a rastras.
"No se vayan sin desayunar", dijo mamá. "No anden de vagos por ái y cuidado con esas cosas porque cortan", dijo el papá. "Hay muchas culebras en el cerro, plebes", dijo el tío, animándolos. Y los vecinos dijeron... Pues quién sabe qué habrán dicho los vecinos.
Por el temor a las víboras chicoteras, a los coralillos y otras serpientes, los pequeños sólo subieron diez metros en las laderas de roca y monte, evitando los espesos matorrales. Ahí encontraron su objetivo. Cortaron un arbolito de poco más de un metro, aserrándolo desde el tallo, y así, con todo y hojas, telarañas incluidas, regresaron a casa orgullosos de su navideña aventura.
Los hermanitos cumplieron su deseo, y, por la tarde, declararon que su arbolito navideño era "el más mejor". Con una base de cruz de pedazos de madera, un ejemplar de matorral silvestre con un tallo similar al de un ciruelo, con bordes y cortes irregulares, hojitas maltratadas y bracitos puntiagudos, pero aquella cosa les parecía el adorno más perfecto para esa Nochebuena y Navidad. Y nada los convencería de lo contrario.
Mamá, condescendiente, dijo que les quedó hermoso. Así. Sin más. El padre no opinó porque se fue a trabajar y regresaría hasta el atardecer. Y el tío, quien adoraba a sus dos sobrinitos y los impulsaba siempre a ser mejores, les dijo que de todo le encontraba forma, menos de arbolito, por tantas bolas de papel aluminio y tiras multicolores.
"Ridículo y feo pinito, pero está bonito; las lucecitas me alegran el alma", dijo el hombre, quien al tocar la conexión provocó un corto circuito que fundió otros tres focos, al menos.
Saúl iba a protestar por los halagos, pero se contuvo al escuchar: "Estoy muy orgulloso de ustedes por su arbolito".
Ver a su tío sonreír, mostrando su desdentada sonrisa y los ojos tan luminosos con el destello de las luces de colores, fue la mejor recompensa que el niño pudo tener después del esfuerzo realizado.
Muchos años después, los hermanos recuerdan la aventura con orgullo y sonrisas, y es tema obligado de las reuniones familiares de Nochebuena y Navidad, de Año Nuevo y hasta del Día de Reyes.
Los actuales árboles navideños que adornan sus hogares ya no provienen de cerros donde abundan las culebras. Ahora son naturales o son de plástico, y tienen forma de pinito; y ellos son aún los dos hermanos decididos y afectuosos de siempre.
Y en esas reuniones que realizan -excepto este 2020 por la pandemia de COVID-19-, los hombres aún sonríen ante el recuerdo de aquella aventura donde eligieron tan ridículo, feo e inolvidable arbolito para Navidad, cuyas luces dispersas y con foquitos fundidos les alegraron el alma.
