NECESIDAD ENORME, GRAN CORAZÓN
Enclavada en una de las colonias más antiguas de Tijuana (¿qué les gusta? ¿30, 40 o 50 años?) se encuentra la colonia Obrera… la Primera Sección, dicen: "la que mejorcita está". En el Callejón Mújica número 2 se encierra una interesante historia.
Es la pareja de Esther y José; 54 años de casados, de Zacapu, Michoacán... un altar con la Virgen de Dolores es el mayor arreglo de su humilde sala... ¿Gustan una agüita, una soda? ¡refrésquense tantito con este calor! -ándele joven- es la plegaria que pregona en el callejón.
Sillones, ventiladores, armazones de portones eléctricos, sillas de bebé, puertas, ventanas...más que una unidad recolectora de basura pesada era más bien una especie de bazar de Segunda que se ofrecía en un camión de redilas.
¡Qué pena! ¿También pueden llevarse esto? Exclamaba una vecina, mientras alzaba la mano enseñando una estufa pequeña de esas que Carsolio (el alpinista mexicano) seguro utiliza durante sus hazañas nevadas. ¡Si señor! le contestaban amablemente los trabajadores, aviéntela pa'ca!!
Pero en medio de la basura, del polvo levantado durante la recolección, del intenso calor que hacia brotar gotas salinas de la frente...el remanso... ¿Cuál? La unión, por fin: Gobierno-ciudadanía...
Guantes compartidos para ¿desyerbar o deshierbar? Ambas aceptadas...rastrillos, azadones y tijeras... ¡Va a quedar bien bonito! Era la exclamación común... ¡Ya hacía falta una manita de gato!... por allá, entre los matorrales, -decía Don Luis- hasta violaron a una chamaquita, ¡no se vale! ¡Estamos cansados!
La misma señora que nos ofreció agua, amablemente, nos dio también el remedio para ello, sí porque después de ingerirla hay que desecharla, y cual si fuésemos sus parientes nos abrió las puertas... señora, mil disculpas, ¿podré pasar a su baño? Por supuesto, adelante, ahí hay una vasijita con agua porque no sirve la llave, ¡perdóneme! se atrevió a decir.
Y como las crónicas son largas y anunciadas, los finales también son necesarios
En resumen, una mañana provechosa, de trabajo al aire libre. En "campo" como se dice y un campo donde aún queda eso...espacio para la convivencia y el trabajo de 2, obligatoriamente el gobierno y la tan, olvidada...ciudadanía.
LA ESPERA QUE DESESPERA
Una mano de trabajo, de esfuerzo y en ocasiones que es llevada a la frente como signo de desesperación...es la espera, que desespera...es la espera que ya no espera nada...desesperanza y esperanza que juntas nunca estuvieron...
Es el asilo el refugio hace un año casi hecho cenizas, hoy resurge...es su refugio, su guarida, su alimento y su vida...son más de 115 ancianitos que allí viven con carencias, con tristeza pero con toda una vida de memorias y recuerdos dignos de cualquier pluma...
¿Me regala para un chicle? ¡Ándele señito, deme 10 pesitos! Doña María, quien muestra indicios de haber sido rubia, y aun conserva sus vivos ojos azules pedía insistentemente una gomita de mascar...mientras, cual niña que fue, sacó la lengua y mostró la evidencia, ¿ya ve? me dijo - si me dejan comer, ¿ándele si?
En otra esquina del humilde asilo, don Octavio, más que ansioso y con lágrimas a punto de brotar extiende la vista hacia los funcionarios de gobierno que llevaron cobijas, "a mí por favor, una cobijita, una por favor, sólo una" -Claro que sí señor aquí tiene- le contestaba la comitiva de buena voluntad.
Caía la tarde y también los ánimos...pero no los del Pastor Mondragón, quien desde hace 14 años ha sobrellevado la carga, no de los adultos mayores, sino económica, porque no es lo mismo pagar 400 pesos de luz al mes, que consume una familia pequeña, que11 mil pesos para alumbrar un poco los corazones de estas personas...
Cuarenta kilos de tortillas diarios es el principal insumo, como principal también debiera ser, la visita por lo menos una vez al mes de algún familiar, por lo menos ese vecino que ahí los remitió y ya, -de perdis- el gobierno quien, sólo en promesas de campaña se acuerda de que existen ellos...nuestros abuelitos...ellos, el legado...ellos, nuestro ejemplo.
Y ahora, ¿quién cargará a Nachito?
De regreso a mi santuario, porque es una bendición regresar a casa, me cautivó un hecho peculiar.
La vista –que mantenía focalizada en la cuadra anterior y donde se realizaban obras, qué digo necesarias, vitales- de bacheo, y que por fin fueron concluidas, luego de años de quejas y miles de suspensiones afectadas- ahora buscaba un horizonte más prometedor, y fue así como las niñas de mis ojos, encontraron a sus “tocayas” a un par de jovencitas que no pasaban de los 12 años y que cargaban pesadamente en sus manos un preciadísimo botín.
A lo lejos, porque mi auto cerca no estaba, alcancé a divisar, que entre sus pequeñas manos algo se mecía, algo con peso que hacía arquear sus delicadas espaldas de por sí agobiadas por el peso de las mochilas, ¿una sandía? Trataba mi mente de esclarecer la confusión causada por un punzante hueco en el estómago llamado hambre, ¿una canasta de pan? ¿Qué era eso? Mi cerebro confuso entre el claxon de los camiones, el estéreo a todo volumen de la farmacia del doctor bailarín y botijón de blanco y el melódico canto a gritos de mi preescolar, no ayudaban a mi disertación.
De pronto, como si cobrara vida o el pan o la sandía, comenzó a mecerse ese delicado botín, lo que por fin me hizo ver las cosas tal y como eran. Se trataba de un pequeñito, no más de un año que era cariñosa, aunque pesadamente cargado por sus hermanitas, su madre, que a juzgar por su edad, igual parecía ser la primogénita de ellas, a paso rápido avanzaba en medio del bullicio citadino. ¡Apúrense mijas, no se les vaya a caer, se le revienta la cabeza! Bueno, finalmente no era una fruta, pero efectivamente, si se cae se rompe, como advierten los letreros en las cristalerías, ¡y lo tiene qué pagar!
Probablemente, tras una sagaz reflexión, las parvulitas replicaron: ¡Pero mami, si está bien pesado Nachito, ya no le des tantos cuernitos! Los cuernitos se los voy a poner pero yo, si me tiran a ese chamaco, ¡ándenles, apúrenle! Mientras las niñas no hallaban si abandonar sus mochilas o de plano, ofrecer a Nachito al mejor postor, que en este caso era el bolero que melancólicamente observaba el cuadro real.
De una a otra, de la mayor a la menor, y finalmente de ésta a la madre, Nachito fue conociendo el distinto andar, y como todo queda entre familia, la encargada oficial de proveer seguridad, cariño y alimento a Nachito, finalmente asumió su responsabilidad. Con enorme amor, lo obligó a dar pasos, uno, dos tres, síguele mijo, ya casi me alcanzas. Nachito extendía los brazos, como pidiendo por fin que alguien se hiciera cargo –para siempre- de su pequeña existencia.
Y como después del rojo el verde no se hace esperar, tuve que seguir mi marcha, como forzada también lo fue la caminata de esos cuatro seres humanos que retrataron a la perfección una realidad cotidiana, tan común como insólita, que se repite y que, paradójicamente, está cada vez más difícil de ser apreciada: la gran responsabilidad de ser madre, y lo que esas cinco letras encierran, cual acróstico mujer, alimento, dirección, responsabilidad y eterno amor.