Por: Marco Antonio Samaniego
TIJUANA BC 22 DE AGOSTO DE 2025.- William McKinley, fue el presidente estadounidense que el 16 de junio de 1897 firmó el tratado de anexión de Hawái a los Estados Unidos. Fue también quien inició La guerra hispano-estadounidense en abril de 1898 y signó el Tratado de París, que provocó la independencia de Cuba y la cesión de España de la Filipinas, Puerto Rico y Guam. McKinley no pretendía anexionar Cuba sino mantener un control comercial sobre la isla. En Filipinas, su intención era instalar una base para negociar con China y posicionarse dentro de la política asiática.
Mckinley, al caminar por la Casa Blanca, advirtió la presencia de un mensaje divino – no tengo idea cómo dado que no lo aclara – y se dio cuenta, que no podían dejar esos territorios en manos de los filipinos, cubanos y puertorriqueños, dado que estos no sabrían como gobernarse. Sólo ellos, los estadounidenses, podían cristianizarlos y civilizarlos, por lo que estaba seguro de que mientras él fuera presidente, esa labor civilizatoria sería llevada a cabo. A final de cuentas, todo era por la gracia de Dios. Desconozco porque, con esa comunicación tan certera, no recibió la información del día que, en Búfalo, Nueva York, quien se presentó ante la prensa como anarquista, Leon Czolgosz, logró atacarlo a balazos. Si bien los dos tiros no lo mataron al instante, Mckinley murió nueve días después, el 14 de septiembre de 1901. Czolgosz se convirtió en un héroe para los anarquistas y en las páginas de Regeneración, editado en Los Ángeles, California, es ubicado como un héroe al que era necesario seguir. En el museo anarquista de Patterson, Nueva Jersey, Czolgosz era colocado como uno de los héroes a imitar.
Cuando el presidente Trump, señaló que McKinley era su nuevo referente, para luego mencionar el tema del Canal de Panamá, la anexión de Groenlandia y el llamar terroristas a las organizaciones que trasladan drogas a su país que consume muchas de ellas, a los carteles mexicanos, la alusión tenía un sentido. Además, por supuesto, el atentado que sufrió el 13 de julio de 2024, aun como candidato, con la diferencia de que Mckinley sí murió. Pero la intención intervencionista era evidente en Mckinley y poco después, su vicepresidente, Theodore Roosevelt, formó un nuevo país, Panamá, con la intención de construir el canal que vuelve a mencionarse.
De igual forma, el tema venezolano estuvo como punto central en el gobierno de Roosevelt, dado que Alemania, Reino Unido e Italia querían intervenir en dicho país. La discusión y los enfrentamientos diplomáticos fueron intensos. Luis María Drago, abogado argentino, construyó la llamada Doctrina Drago, sustentada en la Doctrina Calvo, en la que se oponían a la intervención tanto de los países europeos como de Estados Unidos, que, en esos años, utilizaba la mal llamada Doctrina Monroe – que ni es doctrina ni escribió James Monroe -.La tensión se resolvió en 1903, con diversas implicaciones para todos los involucrados. Venezuela se comprometió a pagar sus deudas, y su territorio no fue vulnerado. Ese mismo año, surgió Panamá, como un desprendimiento de Colombia, y con lo cual Estados Unidos retomó la construcción del canal. En este caso, la doctrina Drago no apareció, sino que fue presentado como un acto de independencia del nuevo país.
Desde hace más de dos décadas el tema Venezuela ha estado en la agenda estadounidense. Primero con Hugo Chávez y su enorme popularidad, hoy con Nicolas Maduro y su tremenda impopularidad.
Larga es la narrativa sobre los insultos, enfrentamientos diplomáticos y los llamados a retomar el sendero democrático. Pero en estos días, se retoma el caso con una recompensa millonaria y el inicio de la movilización de barcos estadounidenses a la zona. ¿Alguien en su sano juicio puede apoyar a Maduro? Creo que la respuesta es negativa, cuando menos para mí. Pero la otra pregunta ¿Es con una intervención como se debe eliminar al personaje? La respuesta es no. Volver a medidas semejantes a finales del XIX y principios del XX, es retomar el tema de las intervenciones en muchos países del mundo, como México mismo en 1914 y 1916-1917, Nicaragua en 1912, republica Dominicana en 1917, Nicaragua otra vez en 1927 y no digamos, en tiempos de la Guerra Fría, cuando los golpes de Estado en Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, sólo llevaron a muerte, represión y desapariciones forzosas.
La solución del problema para una nación como Venezuela, con un personaje como Trump y una mentalidad como la de Vance, es dar pie a que nadie puede estar en control de sus espacios soberanos sin la amenaza de que personajes contradictorios – o criminales convictos en su país como Trump -. Un golpe de Estado, por perversa que sea la persona, es justificar y legitimar acciones violentas que van a repercutir durante décadas.
Es para estos casos que existen organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas.
Es para condiciones como las presentes que las doctrinas de derecho internacional (y no falsas doctrinas que no son reconocidas como la tal Monroe) deben de imponerse ante la necedad de unos y otros. No se trata de salir a apoyar a Maduro, sino de negociar, por qué se afecta a un conjunto de países que pueden ser catalogados en circunstancias semejantes a gusto de un presidente estadounidense que un día ataca a unos y otro día a otros con posturas belicistas que sólo causan muerte y destrucción.
Es aquí donde México debe mostrar calidad moral para argumentar y deslegitimar golpes de Estado e intervenciones que en el pasado sólo han sembrado división y conflictos con miles de muertos y desaparecidos. Para ello, se requiere que el poder del Estado sea claro con respecto a los grupos generadores de violencia. Ganar esa batalla interna sería marcar un verdadero hasta aquí a dichas organizaciones, mismas que han sido declaradas terroristas por el gobierno de Estados Unidos. La paradoja, es que sí siembran terror. La transformación, sí está en disminuir su poder y consolidar una sociedad que pueda, con argumentos, oponerse clara y abiertamente a amenazas intervencionistas como las que se mencionan en estos días. Demostrar el poder del Estado hacia el interior, aquí sí es la mejor política exterior.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.