Por: José Alfredo Ciccone
TIJUANA BC 3 DE ABRIL DE 2025.- La generación de los millennials -1981/1996- resulta hoy la más apetecible para los intereses comerciales, son los que más gastan, conducidos por influencers que les marcan el camino, diciéndoles qué conviene y qué no comprar en las redes. Los instruyen brevemente sobre cuáles son las empresas a las que hay que seguir con fidelidad, entre otras cosas, porque esas firmas son las que más apoyan a la sociedad y merecen una buena respuesta de compra, -las otras no-, que sería una muy sana recomendación si no fuera que esta sugerencia, no proviene de un concienzudo estudio, objetivo y serio, sino porque son esas mismas firmas, que a su vez, tienen contratado al influencers en cuestión. Resulta poco serio y objetivo, ¿no le parece?
En el entendido que los jóvenes requieren hoy, un vocabulario -en modo moda-, que debemos respetar, ajustar y plasmar en los contenidos para poder convencerlos, con argumentos demostrables, para que compren nuestros productos y servicios.
El interés por captar jóvenes y hacerlos gastar, prevalece hoy sobre cualquier otro objetivo, no nos quedan dudas que el mercado que representan este segmento para la mercadotecnia actual, crece día con día y cada vez más anunciantes de diversos productos, buscan afanosamente vender como sea, aún utilizando, en nombre de la moda, palabras y giros violentos que harían sonrojar hasta el mismísimo Papa, que para modernismos se pinta solo. En redes sociales se utilizan imágenes de Jesucristo, Dalai Lama, Mahoma, Buda o el famoso conductor de televisión o actor de renombre que tengan a la mano, que mediante Inteligencia Artificial, los hacen hablar, con sus mismas voces, para que nos vendan ‘aquella crema milagrosa’ ‘curación automática para la diabetes’ ‘pastillas efectivas para el vigor sexual’ y otras barbaridades por el estilo, con tal de poder mandar un mensaje con fines comerciales y que éste venda producto rápidamente, lo que representa un verdadero despropósito publicitario, un horror anticreativo y los peores recursos al servicio de una aparente y empática comunicación.
Estos anuncios tienen como target principal a los jóvenes de ambos sexos, un blanco codiciado porque, entre otros atributos, el producto que ellos eligen, tiene el consumo asegurado. Los que venden saben que los jóvenes son una especie de provocadores de contagios sociales, que tienen el poder de decidir el éxito o fracaso de un programa de televisión, una serie costosa de elenco brillante, producida por una poderosa plataforma en las redes, una película con mucho presupuesto, o una campaña bien orquestada.
Ponen en acción y marcha, lo que consideran fresco y disruptor, rechazando de tajo lo que les parezca fuera de su identificación, pasado de época, o con olor a viejo.
Son estos jóvenes de hoy los que conducen con su aceptación o rechazo, el mal o buen posicionamiento de una marca, en una plaza, un país o región y el mundo entero.
Su peso ideológico en la cultura actual, los sitúa a menudo en el centro de las discusiones.
Se cuestiona si son agresivos, irreverentes, transgresores, aventados, simples o ‘pelados’. Si sus ídolos de la televisión o las redes sociales, con sus influerces favoritos que generalmente duran temporadas cortas, promueven este nuevo estilo desenfadado, sin prejuicios y hasta osado en el lenguaje que despachan a gusto con ademanes y palabras entrecortadas, que unidas por el receptor, dan como resultado groserías o mejor dicho, lo que eran groserías hasta hace algún tiempo, porque parece ser que hoy hay que percatarse que los códigos han cambiado, que la juventud habla un idioma diferente que rompe esquemas impensables hace apenas un lustro atrás. Con una disculpa por delante, reproduzco a continuación el lenguaje cantinero que se estila hoy: el ‘guey’ no ‘mames’ ‘pendejo’ o ‘a huevo’, son moneda corriente de formas juveniles de expresión, sobre todo en redes y también en algunos hogares, utilizado en ambos sexos hasta con los mayores. Para un grupo de jóvenes, que espero no sean la mayoría, -carezco de datos estadísticos en este sentido-, la palabra respeto, pasó a estar en desuso, como algo viejo e inútil, porque no la necesitan en el mundo comunicativo que ellos transitan, es más, algunos ni siquiera la conocen ni consideran como parte de un entorno, las competencias feroces hacen que nadie cuide esa porción ética tan necesaria, porque les gana la premura.
En este tema tan delicado, hay gente de acuerdo con la forma en que los jóvenes adornan su comunicación verbal actual, lo ven y lo sienten moderno y coloquial. Otros en cambio, lo consideramos un insulto a las buenas costumbres y una deformación grave del idioma, con el agregado de majaderías y mentadas de madre, que poco y nada aportan al lenguaje.
En mi opinión, se puede modernizar un lenguaje y sacarlo del anquilosamiento verbal, actualizarlo, recrearlo, pero nunca deformarlo en aras de una libertad de expresión disfrazada de simplismo e irrespetuosidad, alguien me comentaba que para los jóvenes de hoy, aún con lenguaje insultante, es más práctico ‘hablar claro y directo’, lo que desde mi prisma se me hace una postura excesiva y fuera de todo contexto en la urbanidad bien entendida, en la que suponemos estamos todos inmersos. La transgresión de normas buenas, es mala; en cambio la transgresión de cosas malas es muy buena.
Los jóvenes de todas las épocas fueron y son de alguna forma transgresores.
Elvis Presley fue un transgresor de su época, mientras las parejas bailaban apretaditos en los años cincuenta al ritmo suave de un Beny Goodman, llega un frenético muchacho de Tennessee que hacía temblar de ritmo y emoción usando ropa brillosa y estrafalaria que hoy harían morir de risa burlona, a los jóvenes raperos, reguetoneros o freestylers de todo el mundo. Otro caso, Los Beatles, o los Rolling Stones, fueron un símbolo de la talentosa transgresión, en sus composiciones se atrevieron a denunciar a los que lastiman el medio ambiente y a enarbolar la bandera del amor, la paz y la unión libre. Más atrás en el tiempo, William Shakespeare nos hizo ver y sacudir, como Romeo y Julieta también transgredieron las leyes, porque en el mero centro de la guerra de dos familias decidieron hacer su propia interpretación de la vida y su entorno incomprensible, más el amor pleno, hasta el punto trágico de la muerte para concretar su soñado plan.
No caer en el clásico -todo tiempo pasado fue mejor, porque no es verdad, -ni criticar a los jóvenes porque me gusta departir y debatir con ese perfil, trabajo con ellos y paso buena parte del día con un staff de gente joven y talentosa-, si bien recuerdo con cariño aquella época donde podía disfrutar de mi juventud, de la presencia de mi madre y mis hermanas, pero no de mis hijos ni mi esposa, ni mis queridos nietos como lo hago hoy. Eran otros tiempos teníamos otras metas, apenas se asomaba la famosa ‘aldea global’ de Marshall McLuhan y si hacemos una comparación odiosa pero necesaria con los años actuales, nos damos cuenta que hoy somos absolutamente antagónicos. En aquel entonces funcionaban mucho más las utopías, para nosotros eran de tipo filosófica: la onda oriental, hippie, la política analizada, discutida hasta el hartazgo y dentro de ella el infaltable -para la edad- socialismo ideal. El sacrificio, el desgaste diario, la lectura, el trabajo forzado, las metas y los sueños en nuestros estudios, que se mezclaba a menudo y en la mayoría de los casos, con una tarea de supervivencia económica, siempre encontrábamos la forma de trabajar ‘de algo’ y la demostración de superación, con especial dedicatoria a los mayores, sabíamos que nuestros logros eran su orgullo.
Hoy ese tipo de propuestas comunes, en términos generales, se dan poco, salvo honrosas excepciones como las brigadas juveniles de apoyos comunitarios, que construyen casas para quienes no la tienen, o colectan ropa y alimentos para los desamparados, los altruistas que siguen preocupados por la sociedad con necesidades, aportando capitales, tiempo y bienes de consumo y los que marchan pacíficamente haciendo oír sus voces, contra actos de injusticia social, racismo y discriminación, a esos sí hay que aplaudirlos a cada paso para que sigan sirviendo de ejemplo a otra porción de gente indiferente.
A la sociedad actual, en general algo caníbal y muy ambiciosa, los jóvenes –y no tan jóvenes-, les responden con un interés desmedido por el dinero, por las cosas materiales que se acaban y desgastan más rápido, reverencían lo desechable, les importa menos la lectura y el sexo dejó de ser ‘ese oscuro objeto del deseo’. En general, son más libres y aunque tienen una sexualidad más informada, cuidadosa y activa que las generaciones anteriores, también –afortunadamente- se enamoran, buscan y encuentran su media mitad para formar pareja, o alguna actividad productiva, cuando menos se lo imaginan.
Mientras tanto, las marcas y servicios de toda índole, desde teléfonos celulares novedosos –que enterraron definitivamente a las cámaras fotográficas domésticas-, cervezas artesanales, variantes de iPad, -más ese gran invento de los drones, que desgraciadamente ahora se utilizan para tirar bombas y destruir-, hasta ropa y refrescos con identificación personal, de todos los colores y sabores, se pelean por ganar un espacio en la mente de este segmento juvenil, a veces intolerante, pero siempre inquieto que gusta expresarse a su manera y está perceptivo para la compra en todo momento. Expresiones dentro de un código que muchos creemos conocer, pero que pocos profesionales de la comunicación o de cualquier otra actividad, dominamos a plenitud. Si no que lo digan los padres actuales de este siglo XXI, que buscan afanosamente formas más efectivas y concretas de comunicarse con sus jóvenes hijos, que prefieren ver y verse en una pantalla, que mirar a los ojos, quizás porque la realidad que cuenta para ellos, es la que emana de ahí, del mundo que se comunica a través de algo táctil. A veces parece que nadie los comprende o los satisface, todo se vive tan efímero que ni siquiera las marcas y servicios que ellos mismos eligieron y consumen, los convencen por mucho tiempo.
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