REFLEXIÓN DEL DÍA.-
Por: Esteban Capella Ibarra
TIJUANA BC 17 DE NOVIEMBRE DE 2024.- La libertad de expresión y de acción son pilares fundamentales de cualquier sociedad democrática. Sin embargo, en la actualidad, ambas libertades enfrentan un enemigo silencioso pero poderoso: la autocensura. Este fenómeno, aunque invisible, tiene raíces profundas en el ámbito político y social, y se alimenta del miedo y la incertidumbre generados por la tecnología moderna.
Un buen parámetro para entender cuán oprimidos vivimos es preguntarnos qué tan libres nos sentimos de hablar, de actuar o de ejercer cualquier tipo de acción. Si bien es cierto que todo lo que no está prohibido está permitido, ¿qué tanto nos autosentimos realmente autorizados a realizarlo? La tecnología, con su capacidad de observar y registrar, ha implantado en muchos un temor constante a ser invadidos en su privacidad, exhibidos o castigados por lo que piensan, dicen o hacen. Esto ha llevado a que muchas personas se autocensuren, renunciando no solo a su derecho de expresión, sino también a su capacidad de acción.
En el ámbito político, esta autocensura ha generado un silencio preocupante. Ciudadanos, líderes y hasta instituciones prefieren la inacción antes que arriesgarse a las consecuencias de un entorno donde el escrutinio tecnológico y social puede ser despiadado. En lugar de ejercer nuestras libertades más básicas, nos conformamos con el silencio, lo que permite que los sistemas opresivos se fortalezcan y que las estructuras de poder se perpetúen sin resistencia.
Esta dinámica contrasta con la época en la que se entendió el concepto de división del trabajo. Ese momento marcó un cambio revolucionario, permitiendo a la humanidad especializarse y progresar colectivamente. Pero también sembró una semilla peligrosa: la dependencia. Hoy, esa dependencia se refleja en cómo delegamos la responsabilidad de hablar y actuar en otros, esperando que sean ellos quienes se enfrenten a los riesgos.
La autocensura, entonces, no solo limita nuestra capacidad de expresarnos, sino que también paraliza nuestras acciones. Es un arma que erosiona lentamente la participación ciudadana y, con ella, la esencia misma de la democracia. Si permitimos que el miedo controle nuestra voz y nuestros pasos, estaremos cediendo terreno a quienes buscan restringir nuestras libertades, bajo el pretexto de garantizar seguridad y orden.
Para recuperar nuestra verdadera libertad, debemos reflexionar sobre la pregunta esencial: ¿qué tan libres nos sentimos realmente? Romper este ciclo de miedo y pasividad requiere valentía, pero también un compromiso con nuestros derechos. Al igual que la división del trabajo permitió el progreso colectivo en el pasado, hoy es nuestra expresión y acción individual la que puede construir una sociedad más justa, participativa y libre.
El autor es egresado de la licenciatura en derecho, administración y actualmente cursa la licenciatura en psicología así como presidente de profesionistas unidos por Baja California A.C.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor