REFLEXIÓN DEL DÍA
Por: Esteban Capella Ibarra
TIJUANA BC 15 DE NOVIEMBRE DE 2024.- En la actualidad, México presenta características que invitan a reflexionar sobre la posible existencia de una oligarquía moderna. Tradicionalmente, una oligarquía se define como el gobierno de unos pocos, generalmente los más poderosos o ricos. En nuestro país, podemos identificar ciertos grupos que, por su influencia, podrían ser considerados como oligarcas modernos.
El crimen organizado, el ejército y la cúpula política conforman una tríada de poder que, en muchas ocasiones, actúa al margen de la ley y con una considerable influencia en las decisiones del país. A este grupo se suman los empresarios más acaudalados, quienes tienen la capacidad de influir en la economía y, por ende, en la política. La concentración de poder en estas esferas no solo limita la equidad en el acceso a recursos y oportunidades, sino que refuerza una estructura desigual en la que una élite decide el destino de millones de mexicanos.
En el último sexenio, el ejército ha recibido facultades sin precedentes que lo han convertido en un actor clave de la economía y la política nacional. La administración actual le ha encomendado tareas ajenas a su naturaleza, como el control de aduanas y la construcción de grandes obras públicas. Estas funciones han colocado a los militares en un estado de privilegio, interpretado como una estrategia para mantenerlos en una posición cómoda y leal al gobierno en turno. Esta dinámica, que podría parecer un beneficio para los militares, en realidad profundiza el control del Ejecutivo sobre los distintos sectores del poder.
Por otro lado, la masa de población que se alinea con el régimen disfruta de ciertos privilegios, como la facilidad para obtener permisos y operar negocios informales en las calles. Esta relación de dependencia con las esferas de poder fomenta una dinámica donde el apoyo al gobierno se traduce en beneficios personales. Sin embargo, esta “colaboración” entre el gobierno y la población más vulnerable, lejos de empoderar, perpetúa un sistema donde unos pocos deciden y la mayoría acata sin cuestionar.
La clase media, por su parte, enfrenta las mayores barreras. Es este sector el que más batalla para emprender, para sortear la burocracia y para construir un futuro independiente del sistema. Paradójicamente, esta clase, que podría ser un motor de cambio, se ve asfixiada por regulaciones y políticas que parecen diseñadas para limitar su crecimiento y su capacidad de influir en la toma de decisiones.
Si comparamos esta situación con las antiguas monarquías y oligarquías, vemos paralelismos inquietantes. En aquellos tiempos, el poder estaba concentrado en manos de la nobleza y la élite económica. Hoy, aunque bajo una apariencia democrática, la concentración del poder en ciertos grupos nos hace cuestionar si realmente vivimos en una democracia plena. La falta de acceso equitativo a oportunidades y recursos, la impunidad de ciertos sectores y la manipulación de las instituciones son señales de una estructura de poder que se asemeja más a una oligarquía que a una democracia.
Es crucial que como ciudadanos estemos conscientes de estas dinámicas y que exijamos un cambio. Solo una sociedad informada, participativa y crítica puede contrarrestar las fuerzas que perpetúan la desigualdad. México necesita un despertar colectivo que conduzca a una sociedad más justa y equitativa, donde las decisiones no sean tomadas por unos pocos, sino por la voluntad de todos.
El autor es egresado de la Licenciatura en Administración, Derecho, actualmente cursa la Licenciatura en Psicología y es Presidente de Profesionistas Unidos por Baja California A.C.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor