Entre dos gringos, Emiliano Zapata y Pancho Villa
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Entre dos gringos, Emiliano Zapata y Pancho Villa

CIUDAD DE MÉXICO - jueves 31 de octubre de 2024 - José Alfredo Ciccone.
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Por: José Alfredo Ciccone

CIUDAD DE MÉXICO 31 DE OCTUBRE DE 2024.- Fue en la hermosa Ciudad de México, corría el año 1903 cuando dos estadounidenses,  uno farmacéutico -Walter Sanborn-,de California y su hermano Frank, decidieron abrir la primera tienda con el nombre de “Sanborn American Pharmacy”, inaugurada en el Centro Histórico de aquella metrópolis. La tienda estuvo cerrada durante algunos años por el inicio de la Revolución Mexicana (1910-1917) que cubría todo el país y costó más de un millón de vidas -, cifra que siempre fue difícil de comprobar, por la naturaleza caótica del enfrentamiento. Sin embargo, sobreponiéndose a la situación, luego de una bien proyectada reconstrucción, Frank Sanborn renovó La Casa de los Azulejos, un edificio histórico abandonado, continuó siendo la primera Fuente de Sodas del país, con el agregado de restaurante, tienda de regalos, farmacia, panadería y repostería de alta calidad, dulcería y posteriormente librería. Esa exitosa reapertura fue en el año 1920, al evento inaugural acudieron las personalidades más connotadas de la época y del país.

Pasaron 121 años de un negocio original, extraordinario para aquel entonces y con una liga histórica perenne para México. Nadie, de la generación que usted elija, aunque sea por referencia familiar o de amigos, puede decir que no reconoce esta marca comercial innovadora, grabada en el inconsciente de los mexicanos durante tantos años.

El 6 de diciembre de 1914, cuando las bravas tropas del Norte, comandadas por el General Pancho Villa, más los campesinos del sur, dirigidos por su líder Emiliano Zapata, entraron pisando fuerte por las calles de la capital de aquel México convulso, la gente contemplaba el peculiar desfile.  Algunos con ojos esperanzados y otros con gestos de espanto y desilusión, mientras los revolucionarios eligieron que fuera ‘justo ahí’ en la cocina del Sanborns, donde se echarían un café y se les prepararan sus alimentos del desayuno. 

Las fotos de ese momento, tomadas por Agustín Víctor Casasola, hablan por sí solas.

El lugar representaba un símbolo de la clase social más pudiente, económicamente hablando, de aquellos ayeres. Sólo pensar que Porfiriro Díaz iba con su esposa a consumir Banana Splits, junto a lo más selecto de la alta sociedad mexicana, producía escozor a los más necesitados. No cualquier ciudadano podía darse el lujo de comer en sus salones, ni siquiera entrar a su recinto, esa atmósfera de alta gama económica, estaba destinada para los que podían pagar un precio inaccesible para las mayorías, postergadas y marginadas.

Esa irrupción de tropas del México profundo y bronco, más la victoria contra las dictaduras de las clases acomodadas de principio de siglo, hicieron que aquel desfile -que duró más de cinco horas-, fuera una demostración de que el país quedaba en posesión de quienes, según Emiliano Zapata, hacían rendir frutos a la tierra con sus propias manos, 

“La tierra es para quien la trabaja.  Ese lema con su imagen se volvió un símbolo mundial. 

Cuando llegué a este México lindo y querido, a mediados de los años setenta, me tocó vivir en un hotel del centro, muy cerca del Sanborns de los azulejos, como le llamaban.  Disfruté a plenitud ese lugar, con charlas sabrosas entre amigos del exilio voluntario, a quienes nos llamaba mucho la atención la vestimenta de sus meseras, copiando un estilo oaxaqueño, con sus vestidos impecables, pulcros y de pliegues almidonados. Siempre había una sonrisa esperándonos en cada mesa, el servicio era eficiente y rápido. Cosas del destino, con el correr de los años y por iniciativa de mi socio, le trabajamos publicidad a

esa firma durante un tiempo. Nada me hacía más feliz que visitar ese icónico lugar. 

A partir del anuncio del cierre de un Sanborns clásico en la Ciudad de México, difundido hace unos meses y el rumor fundado de que otras tiendas de esta cadena correrán la misma suerte, después que la firma contemplara la baja considerable en sus ventas del 2024, en comparación con el año anterior, parece ser que los asesores en marketing aconsejan cerrar definitivamente este tipo de negocios, en este caso, cambió de dueños varias veces, durante el período que supera el siglo de vida. Desde 1985, la tradicional firma pertenece al Grupo Carso, del archiconocido empresario Carlos Slim y que actualmente, también sus hijos conducen el rumbo de estas empresas mexicanas.     

Hoy, en pleno Siglo XXI parece que ya no hay lugar -según los expertos del tema-, para estos comercios con un ‘formato vetusto’. Habría que avisarle a otra empresa centenaria y exitosa como Coca Cola, que vayan pensando qué hacer con su marca, porque no encaja en el segmento de consumidores que hoy dominan las compras. Suena risible, lo es, pensar que el posicionamiento y aceptación de esta marca sedimentada por muchos años, con millones de asiduos clientes, ya tiene muy poco valor en el mercado actual, es como rendirse antes de subir al ring o bajarse porque el rival tiene el perfil cambiado.   

Ojalá que alguien con visión de futuro, pensando en el pasado glorioso y redituable de algunas firmas, se le ocurra que Sanborns todavía puede ser una buena inversión y encuentren el camino para una solución. No todo lo pasado es malo, o toda la nostalgia se debe observar como algo perimido, ni se trata sólo de revivir la historia, o su sostén verlo como algo utópico. Las pirámides de México o Egipto son mucho más antiguas y siguen representando pingües negocios turístico comerciales.

Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor.

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