José Alfredo Ciccone
TIJUNA BC 5 DE SEPTIEMBRE DE 2024.- Como todos los deportes sobre césped, lo inventaron los ingleses hace mucho más de un siglo, fue en 1869, cuando se creó la Asociación Inglesa de Fútbol, aunque los juegos de pelota, datan desde la edad media en las islas británicas. El primer club fue fundado en 1857 y fue el Sheffield Football Club, en la ciudad del mismo nombre en Inglaterra.
En 1848, en la prestigiosa Universidad de Cambridge, se crearon los reglamentos del fútbol moderno, finalmente, fue en Londres en 1863, donde se oficializaron. Quizás las bases se crearon muchos siglos atrás en los juegos de pelota mesoamericanos de los Mayas, o más antiguamente, en la antigua zona central de China con el tsu chu, o del kemari japonés, de carácter más ceremonial. En el Mediterráneo, el harpastum de la antigua Roma, -era jugado entre dos bandos-, o el episkyros en la Antigua Grecia,
Hoy, en pleno Siglo XXI es considerado el deporte más popular del mundo, donde 270 millones de personas al día están involucradas, de una forma u otra, a este deporte que cuenta con la extraordinaria cifra de 4.000 millones de personas aficionadas en el mundo.
La mitad de la población de nuestro Planeta, pendiente de este deporte, negocio que crea afición, entusiasmo, seguimiento continuo y más de alguna polémica áspera y vibrante.
La pasión encendida en los estadios, cuando el himno de nuestro país resuena, los colores patrios dicen presente y el ansia se apodera de los hinchas, sumándose a esa incomparable emoción. El grito de gol llena gargantas y el alma vuela sobre latidos acelerados por esa alegría que, aunque momentánea, se funde en abrazos con los cercanos que acompañan, si son amigos, hijos o nietos, mucho mejor. Esa celebración compartida, como en misa, que nos deseamos lo mejor de este mundo, estrechando manos que no conocemos y aún así, son propietarias de esa felicidad grupal momentánea.
Nada se compara con la instantánea emoción del fútbol, donde todo lo planeado puede desvanecerse en unos segundos, o convertirse en un triunfo inolvidable.
Todos en Latinoamérica, alguna vez pateamos una pelota de fútbol, algunos con mucha habilidad natural -que no fue mi caso-, otros sacrificándose para lograr jugar cada día mejor. En mi niñez y adolescencia tuve amigos que dominaban este deporte con envidiable maestría, en aquella época se pensaba más en las ganas de jugar que en cuidarse y practicar para lograr emigrar o hacerse rico, la vocación por el fútbol superaba todo lo demás, era sabido que tampoco la indisciplina y el desorden no los llevarían a ningún lado, pero así se comportaban. Ver jugadores de una habilidad extraordinaria -en mi hermoso barrio Los Perales y ‘cuando era mía mi vieja’ como dice el Tango-, o al demostrarlo en su primera prueba en algún club importante, para luego contemplar como, en la mayoría de los casos, se desmoronaban las ilusiones por no haberse ajustado a las reglas duras de un entrenamiento físico, tan odioso como necesario, fue frustrante porque talento y dominio del balón les sobraban a estos muchachos, aunque les faltara la guía que indujera a un comportamiento más provechoso. El ámbito barrial era, fue, es y será una máquina productora de habilidosos talentos para el fútbol, de ahí salen los mejores en todo el mundo, de los orígenes humildes, de necesidades básicas de la vida: Pelé, Garrincha, Ronaldinho, Maradona, Tévez, el Kun Agüero el portugués Ronaldo, Mbappé y Messi, son sólo algunas muestras representativas de lo que menciono y todo lo que puede llegar a lograr un club de vecinos, en unión con padres y familiares que sacrifican horas de su vida, para que los niños, desde muy pequeños, practiquen este deporte que siempre representó la pasión de multitudes y expresa fuertes emociones que, además, hoy produce billones de dólares en todo nuestro Planeta. La reciente Copa América celebrada en los Estados Unidos, recaudó, desde principio a fin, cifras importantes en cada uno de los partidos disputados, además de ventas de todo tipo.
La AFC en Asia, la CAF en África, la CONCACAF, en la zona de Norte, Centroamérica y Caribe, la CONMEBOL en Sudamérica, la UEFA en Europa y la OFC en Oceanía, todas ellas apoyan a la FIFA, que los gobierna y cuenta, además, con 150 países afiliados. Usted me dirá si estoy hablando -o no- de un magno y productivo negocio que impera en todo el mundo alrededor de un balón que sigue rodando, dejando una estela millonaria, que no siempre se administra con justicia ni criterio equilibrado. Muchos de los países afiliados pasan peripecias y necesidades económicas para poder participar en una contienda mundial. En el caso de Qatar, -un campeonato bien organizado-, pero con muchos estadios espectaculares, que jamás se volverán a usar, significaron gastos de proporciones incalculables, producto de varios caprichos adinerados que impusieron su ley e hicieron que se jugara un Mundial 2022 único por sus características climáticas y fechas cambiadas, acomodadas por la FIFA al gusto del cliente. Una vez más, el que paga manda.
Lo que viene para el 2026 destaca por su originalidad, será la primera ocasión que el campeonato mundial de fútbol lo organicen tres países. Dos de los tres, con experiencia comprobada en la organización de este evento. México, Canadá y Estados Unidos, integrantes del TMEC, el gran acuerdo comercial vigente, tendrán oportunidad de demostrar la capacidad para lograr una organización ordenada y ejemplar. Que así sea.
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