José Alfredo Ciccone
TIJUANA BC 21 DE AGOSTO DE 2024.- El estadounidense, psicólogo y fotógrafo Kevin Zaborney, preocupado por la escasez de muestras de afecto en la gente, allá por 1986, fijó el 21 de enero como el Día Mundial del Abrazo, después de investigar acuciosamente y convencido profesionalmente, que la falta de abrazos y muestras de cariño afecta la salud mental de las personas. Seguramente si a Kevin se le ocurriera repetir la experiencia del estudio en este 2024 con la avasallante distracción que provocan los teléfonos celulares y sus ‘monerías’, este hombre tomaría decisiones extremas en su desilusión por la carencia actual de atención y abrazos. Recordemos que, desde tiempos inmemoriales, los abrazos se posicionaron como históricos, quién no recuerda el famoso ‘Abrazo de Maipú’, entre los generales Bernardo O’Higgins y José de San Martín bajo el alero de la Virgen del Carmen, sellando la Independencia de Chile o el de Acatempan, que se dio con el comandante Agustín de Iturbide -Nueva España- y Vicente Guerrero, jefe de las fuerzas que peleaban por la Independencia de México. Este abrazo icónico, marcó una reconciliación grabada para siempre en la historia de ambos países. A propósito de nacionalidades, Pablo Picasso, ese artista excepcional español, maestro y pionero del Cubismo, dejó para la posteridad, en el Museo de Barcelona que lleva su nombre, la obra pictórica genial que tituló Cien Abrazos.
De todas formas, hay abrazos cotidianos de variadas intensidades e intenciones, están aquellos que se dan por mero compromiso y son débiles en el sonido que emiten o en la poca fuerza con que se brindan, notoria es la frialdad percibida por el receptor en el contacto, o lo poco convincente que resultan en el encuentro. No olvidemos que también existen los abrazos falsos, esos que luego traicionan la buena fe -es una tristeza que ocurran-, pero con un poco de buen olfato y algo de tino, siempre se detectan a tiempo.
Para fortuna de todos, es bueno reconocer que también existen otros abrazos, más firmes y comprometidos como queriendo comunicar afectos reprimidos o postergados, al mismo tiempo, seguramente experimentamos y entregamos, esos que se brindan cargados de sinceridad, proyectados desde el amor interior, incondicionales y solidarios. El abrazo cálido, duradero, comprensible, afectuoso y auténtico de la esposa que nos acompañó, mas de la mitad de nuestra vida, o la del médico de la familia, ese profesional en el que confiamos y que le importa más nuestra salud que el ‘cuenta ganado’ o dinero, de hoy, ese doctor que abraza muy fuerte antes de darnos una triste noticia, o nos alienta, con otro abrazo y una esperanza compartida, cuando las buenas nuevas lo ameritan.
Capítulo aparte merecen esos abrazos ruidosos en las palmadas y firmes en sus propósitos que se dan entre hermanos, donde el calor de la sangre se deja sentir y fluye caudaloso por las venas. Los de padres e hijos, sobre todo cuando las distancias los separan y la gracia divina los vuelve a juntar tiempo más tarde, para ese abrazo tan involuntariamente postergado y deseado. La fuerza inconmensurable de estos contactos, cuando la angustia se mezcla con la duda de no saber a ciencia cierta si volveremos a ver a esos seres tan queridos, son difíciles de explicar si uno no tuvo la oportunidad de experimentarlos.
O aquellos abrazos más comunes, pero igualmente impactantes cuando los hijos se van a estudiar o trabajar a otro lado, lejos de uno, buscando un nuevo porvenir u otro destino, que seguramente coronarán formando su propia familia, esos también duelen mucho, pero fortifican a la vez, pensando que la vida continúa en una familia extendida, donde se adhieren nuevos miembros, en la creación permanente de amores novedosos y renovados como los siempre esperados abrazos con los nietos, esos que reaniman el alma, empujan el ánimo, enriquecen el espíritu y ayudan a vivir mejor nuestros apacibles años dorados.
Están vivos y presentes en nuestras vidas, aquellos abrazos a los amigos, que conforme avanzan los años y uno tiene la venturosa oportunidad de repetirlos, parecerían que fueran los últimos, nos fundimos en ellos como no queriendo separarnos nunca, el amor y el temor se juntan para hacerlos infinitos, perdurables y únicos. Esos abrazos llevan, además, una carga implícita de muchos días y noches enteras juntos, de recuerdos inconmensurables, de toda la inocencia infantil en los comienzos, de amores juveniles, aventuras de barrio; fútbol, luchas, conquistas y bailes. Sacrificios permanentes en la carrera por alcanzar metas, estudiar y trabajar mucho, porque el cuero daba para eso y mucho más. Encuentros insospechados en otro generoso país donde el destino nos depositó y el recuerdo perenne de los seres que alguna vez compartimos unidos en este tránsito por la vida y ya no están, es claro que no los podemos abrazar más que en nuestra dulce memoria, que los trae siempre a nuestro lado, con eso nos basta y alcanza para que estén más vivos que nunca, en un abrazo imaginario, tan actual y virtual como eterno.
¿Qué tal si de una buena vez, aunque sea por un momento, ‘cerramos’ las pantallas táctiles, dejamos a un lado el teléfono celular bien silenciado, nos dejamos de joder con tanta tecnología invasiva, humanizamos nuestros actos y nos abrazamos hasta el cansancio con quienes queremos mucho? Pruébenlo, valdrá la pena.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor