Ámbar Paz Escalante
Los fenómenos migratorios, tan extendidos por nuestro territorio nacional y el mundo, nos llevan a reflexionar sobre las experiencias y proyectos de vida que las mujeres migrantes emprenden, ya que las fuerzas motoras que las impulsan en su desplazamiento provienen de su fortaleza, determinación, la necesidad de proveer a sus familias, así como del amor que sienten por sus seres queridos. Es así como la participación de las mujeres en las migraciones ha sido reconocida poco a poco, y hoy comprendemos que su papel es central, revelando múltiples necesidades en clave femenina que las mantienen dentro de los diversos flujos migratorios.
Desde una perspectiva feminista, es crucial entender cómo las mujeres logran salir adelante gracias al contacto, vínculos y lazos de hermandad que establecen con otras mujeres. Para la etnóloga mexicana Marcela Lagarde, la “sororidad” es una fuerza social que surge de la amistad y hermandad. Esta conexión conduce a la conformación de alianzas entre mujeres que, sintiéndose a veces solas, vulnerables y subalternas -en un mundo donde todavía se aprecian elementos culturales patriarcales- buscan empoderarse y transformar positivamente sus circunstancias como mujeres. En este sentido la antítesis de la sororidad sería la enemistad entre mujeres, misma que generaría una desconexión y una falta de sentido y de rumbo colectivo como mujeres en busca de una mejora en sus condiciones de vida.
En estudios migratorios, al hablar de grupos o personas en movilidad, utilizamos conceptos como “vínculos”, “enclaves” y “redes migratorias”; sin embargo, al trabajar con mujeres resulta útil sumar el concepto de “sororidad” para dar cuenta que ellas se relacionan con otras migrantes durante todo su proceso migratorio, mismo que va desde el origen, pasa por el tránsito y llega hasta el destino migratorio.
Las redes femeninas en clave sororal son fundamentales para que las mujeres migrantes puedan permanecer de manera segura y organizada en las comunidades de destino migratorio. Dichas redes, basadas en la amistad y el apoyo sórico, son vitales para que las mujeres puedan tener una búsqueda de trabajos seguros, apoyarse en temas relacionados con la maternidad y el cuidado de las niñas, niños y adolescentes, y acompañarse durante el duelo migratorio que las afecta en lo emocional y que es el resultado de dejar atrás el terruño, la cultura y la familia.
Al mismo tiempo, las mujeres migrantes mantienen conexiones con mujeres, amigas y familiares que se quedaron en sus pueblos de origen, creando una red de apoyo sororal que trasciende fronteras. Estas sororidades se expresan, por ejemplo, en proyectos, inversiones, cuidados y negocios impulsados por y para otras mujeres, donde la finalidad es apoyar a las que se quedaron en las comunidades de origen, con la intención de que no tengan la necesidad de emigrar y puedan conseguir una vida próspera en sus lugares de origen.
Pensemos en algunos ejemplos: primero, las remesas económicas que las madres envían a sus hijas en México para que estudien la preparatoria o la universidad mientras ellas trabajan día y noche en Estados Unidos, persiguiendo ese sueño que a ellas les fue negado en su juventud. O también podemos pensar en todos esos negocios que las mujeres migrantes están impulsando desde el exterior, y que con sus ahorros construyen negocios o crean empleos para apoyar a otras mujeres.
En un contexto social como el que vivimos, la sororidad es un llamado a las mujeres para que, al unirse, logren fortalecer el tejido social, adoptándola como una estrategia de vida que favorezca el bienestar colectivo. Asimismo, la sororidad no solo permite a las mujeres migrantes superar adversidades, sino que también transforma sus comunidades, mostrando que la unión y el apoyo mutuo son esenciales para alcanzar un futuro más justo en el que estén representadas.
Esta columna no refleja la opinión de Agencia Fronteriza de Noticias, sino que corresponde al punto de vista y libre expresión del autor