Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Mano suelta. Resolvió como cuando fue campeón mundial infantil, o como cuando juega de amarillo con el submarino. El pase fue preciso, pero más preciso fue su remate de primera intención con una técnica a la altura de los mejores, sereno, letal. Era el 1-0. Poco más tarde, apareció como si fuera un nueve oportunista, listo para sólo tenderse y empujar de cabeza. Era el 1-0, también. Pero ninguno contó (por la mano suelta del juez de línea colombiano) como sí contó el que más tarde empujó Oribe tras un remate de él. Gio, por lo pronto, ya tiene dos distinciones al inicio del mundial: mejor jugador en la victoria (1-0) sobre Camerún y líder de goles anulados (injustamente, por cierto).
Vuela, vuela. Se tiende, vuela para detener el cabezazo débil pero colocado. En realidad, no fue la gran cosa, pero los flashazos aderezaron la escena cuando el tiempo estaba por expirar. Ya habían lucido Gio, Herrera, Gallito, Oribe. Así que ese era el momento de Memo. Su único momento para decir: presente, cumplí.
Y lo que le falta. Desde 1990, cuando el viejo Milla y Biyik y aquellos verdaderos leones que deslumbraron por su futbol ofensivo, veloz y letal en Italia 90, Camerún no gana un juego mundialista. Y como va todo, la racha, con estos leones que decepcionaron en el debut por su futbol inofensivo, temeroso y descoordinado, no presenta fecha próxima de expiración.
Tres, seguros. Croacia y Brasil habrán tomado nota de las virtudes mexicanas. Eso mantendrá ocupados a sus técnicos mientras contabilizan los tres puntos más que sumarán después de librar al africano, el negrito del grupo, tal como lo hizo México: sin necesidad de tanto.
Sin tachones en el pecho. Sigue De Jong de un lado. Y del otro también continúa Xabi Alonso, destinatario de aquellos tachones clavados en el pecho. Los protagonistas de una de las postales más recordadas durante el último juego de Sudáfrica, se han vuelto a encontrar. Pero hay diferencias. Los ahora vestidos de azul ya no la hacen de malo de la película como hace cuatro años (aun cuando siga De Jong). Entonces, jugando a lo que nunca habían jugado, metiendo, pegando y a pura fuerza, les alcanzó para llegar a la jornada de clausura en el primer mundial africano. Las cosas han cambiado en cuatro años y la esencia empieza a mostrar signos avanzados de recuperación. Generosos en el esfuerzo, talentosos en la creación y contundentes frente al arco rival. Un montón de jóvenes guiados por Sneijder y los dos verdugos: Robben y Van Persie, anotadores, ambos, de dos. Tan fuertes sin la pelota en el primer tiempo (por voluntad propia), como con ella (también por convicción) en el segundo. Tan serenos, además, para remontar después de la falla arbitral que lo tuvo abajo en el marcador. Y, para coronar el debut soñado, el 5-1 no fue contra cualquiera. El campeón, su victimario en la final de hace cuatro años, agoniza (ahora vestido de blanco). Y los de la naranja sub campeona, reconquistan interpretando ese rol que conocen tan bien desde 1974. Han vuelto a ser, con todo y De Jong, uno de los buenos de la película.
Rojas desteñidas. Después de 15 minutos, Chile arrasa a Australia. El 2-0 apenas con un cuarto de hora jugado, pone a temblar al vapuleado campeón del mundo español, su próximo rival, cuando lo sucedido en la cancha presagia la segunda goleada del Grupo B. Pero al paso de los minutos, la selección andina (como le dice el señor que narra el juego como aburrido) se desdibuja al paso de los minutos. Los “canguros” (como les dice el mismo señor) se apoderan de las acciones y descuentan. Por nada se quedan del empate, hasta que en el minuto 90 llega el 3-1. La roja sudamericana gana pero decepciona. Y España, el campeón, respira, a unos días del duelo de rojas.