ERNESTO ESLAVA
TIJUANA BC 7 DE ABRIL DE 2019 (ernestoeslava.com).- Será porque estudié comunicación, porque me gusta la política o porque conozco a los personajes en los que se inspiraron para hacer la serie, pero siento un cariño especial por Tijuana, una producción de Netflix que habla sobre el periodismo de investigación que se hace desde la frontera. Para nadie es secreto que se basa en el Semanario Zeta y que la ficción es muy similar a nosotros.
Tijuana es la historia de Antonio Borja, interpretado por Damián Alcazar, el director
Lo bueno de la película es que habla del periodismo, hay un intento por colocar la atención en una profesión de alto riesgo y poco valorada por el público. En la serie se habla de los convenios comerciales entre los partidos políticos y las televisoras, sobre la ética periodística y lo que hacen los reporteros por conseguir entrevistas, testimonios y documentos que avalen las investigaciones serias. Lo bueno es el intento de historia y la mayoría de las actuaciones.
Lo que a mí no me gustó es el abuso de la cámara al hombro y que haya poco cuidado en la estabilización de la imágen. A mi me cansó tanto moviminento y tonalidades en el color que tratan de imitar a Christopher Nolan con una tendencia “oscura” sin saber que la oscuridad de la imágen se respalda con la oscuridad en los personajes, es decir con gran profundidad y construyendo sus motivos.
La serie carece de cohesión, aborda tantos acontecimientos y tantos personajes dispersos, que el tejido es distante. Deduzco que los guionistas que hicieron El Chapo se encontraron con tanta información que dudaron al dejar fuera algún detalle y terminaron haciendo una historia amplia y superficial.
Un ejemplo de lo superfiicial: es que no recuerdo el nombre del candidato que asesinaron, lo nombran tan pocas veces que pareciera un pretexto en lugar de un eje. Es más, en la base de datos de IMDb no aparece.
El único momento en el que creí que la serie se tornaría interesante es cuando Muller explica su relación con Borja y Rosas y pone en entredicho la ética periodística de ambos, pero el hijo de Borja se retira y no pasa nada con esa reflexión.
Y la inconsistencia más grave en procesos legales: cómo es que el auto en el que matan a un candidato favorito al triunfo a la gubernatura termina en un yonke a días del ataque. Cómo es que no encuentran rastros de ADN de la reportera que iba como copiloto y cómo es que en las tomas de la ciudad no vemos publicidad electoral abundante si la historia transita en época de campañas.
En el lenguaje, a los guionistas no les avisaron que en Tijuana las familias no dicen “helado”, aquí se va por las “nieves”; en Tijuana no se dice “cámara” ni “padre”, se dice “va” y “curada”, respectivamente. Y lo más obvio fue que en los Yonkes no hay Microbuses de la CDMX.
Tijuana es mi favorita porque admiro mucho a la gente del Semanario Zeta, en especial a Adela Navarro, a Ramón Blanco y a Inés García. Lo tomo como un homenaje al periodismo y siento que merecían una serie más entrañable y fuerte que una telenovela “oscura” de once capítulos.