Felizardo Bojórquez López era como vestía. Como sus pants, playeras, tenis y cachucha beisbolera.
Por: Enrique García Sánchez
TIJUANA BC 24 DE AGOSTO DE 2024 (AFN).- Sencillo, relajado, cómodo, sin filtros, bohemio, de espíritu campirano, echado pa´delante, amante de la tradición que lo acunó en su natal Sinaloa y de la sencillez de las cosas, sin rebuscamientos, amante también de la tradición de la familia, orgulloso de sus hijos y su esposa, y dueño de un vigor que no pocos le envidiamos en el gremio periodístico, pero que otros más fuera del gremio le reconocían y admiraban.
Solo la pandemia le hizo aminorar el paso, pero a sus 79 años seguía fiel a esa bujía que lo llevaba a dejar la comodidad del carro, para caminar del centro de la ciudad a su casa en Otay, donde además tenía su taller de herrería, del que mantuvo por muchos años a su familia mientras ejercía también el periodismo desde que llegó procedente de Sinaloa.
La sensibilidad social que le caracterizaba lo llevaba frecuentemente a ir más allá del trabajo periodístico de exponer y visibilizar problemáticas comunitarias o la tragedia de una familia. Solía incluso promover el apoyo de servidores públicos o particulares, y esto fue más que evidente durante la etapa de aproximadamente 20 años que estuvo detrás de un micrófono en los programas de fin de semana en XEC Radio Enciso.
Había dejado tiempo atrás el trajín de los medios impresos y las tareas propias del liderazgo gremial cuando encabezó la Asociación de Periodistas de Tijuana y ocupó cargos secundarios en esta organización.
Por su perfil, Felizardo prefería promover la concordia y la fraternidad en el gremio periodístico, y abonaba frecuentemente a eso, tomando la iniciativa de convocar y propiciar el encuentro entre periodistas, sabedor de las diferencias que suelen darse entre los tundemáquinas, pero era terco, de carácter fuerte, y con frecuencia rudo en el abordaje de temas de orden político.
No le gustaba perder el tiempo en simulaciones. Decía lo que pensaba abiertamente.
No era raro que protagonizara al aire, discusiones fuertes con Sergio Eduardo Reynoso, su compañero frecuente de fórmula en la radio, con quien vivió episodios serios de rispidez, que nunca llegaban a la sangre porque se disipaban luego con una sonrisa franca y campechana. “No pasa nada”, decía a veces.
Los domingos eran su día de fiesta. Su programa de radio era, más que un espacio de noticias, un remanso frente a la vorágine informativa cotidiana, una opción para escuchar de buenas noticias o noticias agradables, historias de personajes diversos, del tipo de los que no generan espacios mediáticos o primeras planas, de los personajes y hasta héroes anónimos de una comunidad.
Le encantaba la bohemia y se ponía nostálgico al recordar su vida en Sinaloa y las reuniones en torno a una fogata. Tenía la música en el corazón y se llenaba la boca al hablar sobre el talento de su hija Gaby Bojórquez, una joven mujer que sigue consolidando una carrera profesional en torno al canto.
Con el mismo orgullo hablaba de los logros de su hijo Felizardo, un extraordinario técnico de sonido e iluminación en espectáculos. Un joven arquitecto que durante la pandemia tuvo que reinventarse. El mismo júbilo se notaba cuando hablaba de sus demás hijos, quienes terminaron transformando el taller de herrería en un espacio lleno de creatividad en el trabajo con la madera.
“El negrito”, como solían decirle algunos amigos y sus seres queridos, no solo usaba ropa deportiva, también se ponía el mandil para cocinar deliciosas mariscadas y otra lista de platillos. Le llenaba de orgullo ver la reacción de los comensales en esas jornadas de convivencia que no pocos disfrutaron.
Felizardo era un hombre de múltiples intereses, y tenía en su corazón un espacio anchuroso para el deporte, especialmente el Softbol. Se echó a cuestas la construcción de infraestructura y equipamiento para un parque de pelota. Su red de afectos alcanzó a muchos deportistas locales y en algunos momentos solo ambicionaba que le dieran la oportunidad de cuidar el parque, administrarlo, estar pendiente de su mantenimiento mientras seguía promoviendo la actividad deportiva.
Hace más de una década tomó una decisión que tocó su vida, cuando concluyó que sería una extraordinaria experiencia recorrer los casi 900 kilómetros del camino de Santiago de Compostela en España, una distancia similar a la de Tijuana-Guerrero Negro. La experiencia fue, ciertamente, tan extraordinaria que regresó dos veces más, la última en 2018, para ofrecer sus servicios voluntarios de apoyo a los caminantes.
En algún momento sintió el impulso de escribir un libro y compartir las reflexiones profundas que eso le dejó respecto a la sencillez de la vida y el trato con los demás, pero eso era demasiado engorroso para él, y acordamos que me platicaría frente a una grabadora hasta el mínimo detalle, para darle forma a un proyecto editorial, pero llegaría la pandemia, y el primer día de ese fenómeno que cambió muchas cosas para mucha gente, también cambió su vida.
“Yo no puedo con esto”, me dijo Felizardo, al responder a la sugerencia de apoyarse en las nuevas tecnologías digitales para seguir en contacto con el auditorio, incluso desde el encierro, que terminó durando dos años. “Mejor en un par de meses me das chance en el programa, de saludar a la gente y despedirme, y decirles que me retiro”.
A principios de este 2022, y con las precauciones sanitarias todavía vigentes, decidió que era necesario reunirnos a celebrar el nuevo año, celebrar la vida, y ponernos al corriente sobre las experiencias de varios compañeros.
La verdad es que a Felizardo le quedaba todavía mucha pila. Le movía la inquietud de la aventura, sentía cosquillas en los pies y ahora se proponía recorrer la península bajacaliforniana. Quería que hiciéramos un programa de televisión presumiendo las bellezas peninsulares mientras él cocinaba al aire libre los productos de la región, especialmente los recién salidos del Pacífico o el Golfo de California.
Nos animaba la fascinación por la belleza peninsular.
Hoy me entero por su hijo Felizardo, que el hombre de 79 años cuyo vigor era notorio en el simple saludo de mano, fue internado, e ingresó al área de cuidados intensivos con mal pronóstico. Ya no pudo superar las complicaciones de su enfermo hígado. No hay palabras de consuelo que puedan paliar el dolor de sus seres queridos, a quienes abrazo desde aquí.
Se nos quedaron en el tintero un libro, una serie de televisión, y un desayuno que ya no llegó.
Felizardo tomó el bastón de recuerdo que trajo desde Santiago de Compostela, (y que orgulloso presumía) y volvió a agarrar el camino…
Descansa en paz Felizardo. Te vamos a extrañar.