DIRECTO AL CORAZÓN
Por: Alma Cristalina
Después de algunos días ausente, con motivo de algunos seminarios a los que asistí, hoy estoy de regreso para seguir platicando con ustedes y agradeciendo los comentarios que nos hacen favor de enviarnos y de dejar en esta prestigiada página de AFN.
El título de este comentario de hoy me pareció muy interesante desarrollarlo en esta nueva columna, porque es algo que las mujeres preguntamos con frecuencia y que los hombres temen y hasta algunos odian.
Tengo un amigo que al escuchar esa frase responde: ¡oh…oh! Problemas en puerta.
Y eso es muy cierto porque la gran mayoría de las mujeres tendemos a preguntar, ya sea por vanidad, por inseguridad o simplemente por costumbre, sobre ¿cómo nos vemos con tal o cuál prenda? Con tal corte de peinado y… lo más peligroso, en nuestra figura.
Con mucha frecuencia uno se queja de que el marido o la pareja “ni cuenta se da de cómo me veo”, de “si me cambié el peinado, el color o corte” o si me compré un nuevo vestido.
En muchas de las veces, efectivamente los hombres no son muy dados a hacer halagos, más que en la etapa del noviazgo, pero a veces, los hombres prefieren ya no decir nada, por ¡precaución!
Esto no quiere decir que todos sean insensibles, porque los hay que siguen siendo caballerosos y te halagan cuando te ves bien aunque también los hay hirientes que sólo te hacen referencias por molestar y todo te critican. Pero esto último ya será parte de otro comentario.
Lo más usual y peligroso, como dice mi amigo, es cuando les preguntamos ¿te parece que estoy gorda? De hecho nosotras mismas tenemos la respuesta, sabemos perfectamente cómo nos vemos pero queremos que alguien más, sobre todo la pareja, nos conforte diciendo que lucimos bien, aunque sean evidentes los varios kilos de más.
Hay hombres que no entienden esto y suelen ser francos y eso termina provocando un disgusto. Pero lo más gracioso del caso es que efectivamente nosotras mismas los llevamos a eso:
¿Dime la verdad… te parece que estoy gorda?
- No mi vida, cómo crees. Te ves muy bien.
En serio… ¿me veo bien? ¿No te parece que me veo más gorda?
- De verdad… te ves muy bien… no has engordado…Luces muy bien con eso que te pusiste, pero ¡ya vámonos! Vamos a llegar tarde.
Si… ahorita nos vamos… pero dime… en serio… no me voy a enojar ¿En realidad no me veo gorda?
- Pues mira… ¡la verdad sí!... ese vestido te queda muy apretado, te van a criticar, pero ya no hay tiempo… de todas formas vámonos
¡Eres un grosero! ¡Ya no me quieres! ¿Qué te costaba decir que no me veo mal y que no he engordado?
Y ahí se desata la tormenta… Nosotros sabemos que está diciendo la verdad y necesitábamos escucharla de sus labios para convencernos y tal vez tomar medidas para corregirlo pero también deseábamos que nos mintiera, porque de lo contrario nuestro orgullo se ve herido.
Por eso es mejor no insistir en esto. El hombre al final se queda sorprendido y desconcertado porque dice: pero ¡me dijiste que no te ibas a enojar! cuando uno buscaba la “mentirilla” piadosa.
O sea: No busques si no deseas encontrar. O por el contrario: caballeros, mejor ¡rehúyan a esa pregunta!
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