El "Viacrucis" de una pareja con Covid19 en Baja California
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El "Viacrucis" de una pareja con Covid19 en Baja California

Tijuana BC - sábado 1 de agosto de 2020 - AFN.
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Fotos: Archivo/Joebeth Terríquez

NdR.- Una joven pareja que radica en la ciudad de Mexicali y que sufrió en confinamiento el contagio por coronavirus Covid 19, aceptó compartir sus experiencias frente a este “azote” moderno de la humanidad; aunque su enfermedad fue de las consideradas “leves”, que le evitó el “caer” en un hospital, como todas las víctimas sufrió el “Viacrucis” que supone, no solo saber que contrajo la enfermedad, sino la dificultad para recibir atención, obtener los medicamentos; salir adelante prácticamente en soledad, y con miles de pesos menos en sus bolsillos. Por cuestiones obvias, nos reservamos sus identidades. 

MEXICALI BC 1 DE AGOSTO DE 2020 (AFN).- El diagnóstico cayó (a principios de junio de este año) como “cubeta de agua fría”, que aunque en Mexicali se agradece en este tiempo, esta ocasión no fue así; "SARS Cov-2 Positivo", decía la impresión del laboratorio particular, dos días después de habernos hecho, mi mujer y yo, una prueba vía "hisopado faríngeo y nasofaríngeo", como llaman los especialistas al acto de casi hurgar hasta el cerebro, con un "cotonete" que introducen por una fosa nasal.

Las sospechas habían iniciado una semana atrás, por parte de ella, con malestar en la garganta, "como irritada", y una tos que, aunque no era fuerte, sí llegaba a ser un poco molesta, además de dolor corporal que ocasionaba sensación de cansancio general en ella. Yo no tuve de inicio esos síntomas, y lo atribuimos, para no sugestionarnos, a una simple tos derivada de los cambios de clima que sentimos al salir a la calle después de estar en casa u oficina con el aire acondicionado.

Mi mujer labora en una empresa cuyo giro, de servicios, fue catalogado como "esencial", no por la autoridad, sino por los dueños, pertenecientes a una familia harto conocida tanto en los negocios como en la política, principalmente en Sonora, y en ella se tiene contacto con clientes que, de igual manera, tampoco dejaron de laborar durante esta pandemia; si acaso, sólo algunos, redujeron unos días las actividades.

Al final de esa semana, la misma empresa le pidió a mi mujer se realizara una prueba de Covid-19 en un laboratorio privado con el fin de descartar cualquier problema de contagio en su centro de trabajo; esa mañana la acompañé y mientras esperábamos decidimos que también yo me haría el examen por haber estado en convivencia cercana y, además, para despejar la maldita incertidumbre que crecía cada vez que veíamos y escuchábamos noticias relacionadas con la pandemia pero, más aún, al conocer casos de personas cercanas que habían contraído el virus y, en otros casos, lamentablemente perdido la vida por esa causa. 

Para ese momento yo ya tenía casi tres meses trabajando desde casa, saliendo únicamente para lo esencial como hacer compras de víveres, lo cual realizaba de preferencia sólo un día a la semana, y claro, con todas las medidas sanitarias recomendadas por las autoridades; para esa fecha ya había en casa al menos dos cajas de 50 cubrebocas cada uno, y otras más de guantes de látex, sin faltar los frascos de gel antibacterial por toda la casa y el carro, así como atomizadores con líquido desinfectante.

También, desde mediados de marzo, ante la inminente expansión del virus, dejamos de salir de visita con familiares y amigos, y tampoco en casa recibimos a nadie; aunque eso nos reconfortaba ya que buscábamos el no exponernos y respetar todas las medidas de seguridad, el hecho de que ella fuera todos los días a trabajar nos mantenía con cierta preocupación, aunque igualmente en su oficina se respetaban las recomendaciones sanitarias.

Ese fin de semana después de la prueba, lo pasamos mirando series y películas en casa, descansando, y en el caso de ella, ya sin la molesta tos y garganta irritada que había tenido días antes; el lunes, llegando a su trabajo, mi mujer recibió una llamada de las oficinas centrales, a donde el laboratorio había enviado, vía electrónica, el resultado del estudio. "¿Cómo te sientes? Tu prueba salió positiva, regresa a tu casa y atiéndete de inmediato", le dijo el encargado de Recursos Humanos.

Camino a casa, mi mujer me llamó al celular para darme la noticia, se escuchaba tranquila, pero, al llegar, subió a la recámara y se puso a llorar; "tengo miedo", dijo; casi media hora después revisé mi correo electrónico y tenía una notificación del laboratorio con el resultado de mi prueba. También positivo. 

Todavía no eran ni las 10 de la mañana y ya el día no pintaba nada bien. Una vez en calma seguí trabajando y ella buscó por Internet algún médico para consulta particular en Mexicali; los primeros tres a los que llamó estaban saturados de citas y no podrían atender hasta en cuatro o cinco días. Finalmente, por varias recomendaciones de conocidos encontró a un reputado médico de esta ciudad.

En este caso la respuesta fue la misma: "estamos llenos, pero vengan el miércoles a las 11:30 y les hacemos un espacio para la consulta", dijo una amable recepcionista; ese fue el golpe con la realidad, y no el momento en que recibimos el resultado de la prueba. Y es que aún no teníamos síntomas ninguno de los dos, pero al acudir a la primera consulta, y salir de "la burbuja", conocimos más casos, algunos de ellos verdaderamente graves. 

Hago una pausa en este relato para señalar que casos como el de nosotros, que parece que son los más, no se registran en la estadística diaria que reporta de manera oficial la autoridad. Cientos de personas que son detectadas a diario con ese virus, jamás llegan a un hospital público para ser atendidos, y sus tratamientos dependen de un criterio médico muy diferente al oficial.
En ese ínter, mi mujer y yo trazamos un plan. Ella dormiría en nuestra recámara, aislada, ya que había sido quien manifestó algunos síntomas; yo dormiría en otra recámara y me encargaría de la limpieza y desinfección de la casa, de preparar los alimentos y realizar las compras necesarias, saliendo ahora con mayor protección y con más espacio entre una salida y otra.

También, acordamos que, en caso de necesitar atención médica urgente, por ejemplo, al presentar problemas respiratorios, buscaríamos la atención en alguna clínica privada al alcance de nuestras posibilidades, pero nunca, dijimos, en los hospitales públicos destinados a pacientes Covid 19, donde la ocupación en esos días en Mexicali era cercana a su máxima capacidad.

Otra medida que tomamos, por recomendación de las autoridades de salud, fue llamar al número de emergencias 911. Lo hicimos esa tarde de lunes; la primera llamada no tuvo éxito ya que las líneas estaban saturadas. Al segundo intento respondió una operadora. Le expliqué que mi mujer y yo habíamos resultado positivos a Covid-19 tras una prueba en laboratorio privado. La operadora preguntó si había síntomas en alguno de los dos y tras responder que no era así, cuestionó si teníamos problemas para respirar para enviar una ambulancia a nuestro domicilio, teniendo la misma respuesta negativa; "bien, entonces no es necesario que los atienda una ambulancia, aquí la recomendación es que busquen atención médica, eviten salir de su casa salvo a la consulta o algo esencial, y llamen a esta línea sólo si necesitan atención de una ambulancia", dijo la operadora, amable pero seria y concisa. 

Así llegó el miércoles, día de la cita médica. En el exterior del consultorio había siete personas, todas soportando el fuerte sol que aquí en Mexicali parece que está a una altura de dos metros. La recepcionista salió, tomó nuestros nombres y dijo que pasaríamos en una media hora, ya que, en la recepción, como medida de seguridad, sólo dejaban al paciente más próximo a la consulta. 

Casi una hora después, al no llegar una cita agendada, fuimos atendidos. El médico nos confesó que ya había tenido también la enfermedad con algunos síntomas leves, y que desde principios de abril atendía a cerca de 20 personas diarias, incluso en sus domicilios, sólo por el tema Covid. La revisión fue relativamente rápida; saturación de oxígeno al 91, presión ligeramente alta y una leve agitación al hablar, sin dolor de cabeza o pérdida del olfato y del gusto, en mi caso, mientras que mi mujer fue casi lo mismo, pero con dolor de cabeza y problemas para conciliar el sueño. En ambos casos no había fiebre.

Sin síntomas hasta el momento, o con algunos muy leves, el médico nos recomendó tener un mayor cuidado en caso de presentar problemas para respirar, y pidió no dejar pasar mucho tiempo en caso de presentar ese síntoma, que dijo es el más grave, y para descartar cualquier daño en los pulmones pidió hacernos una radiografía de tórax, la cual tuvimos que posponerla dos días porque el lugar al que acudimos estaba saturado.

Ahí empieza el problema; saliendo de la consulta fuimos a una farmacia perteneciente a una cadena nacional. Presenté las recetas y la respuesta fue "no tenemos nada para Covid, se nos agotaron hasta los antigripales"; así pasó con las primeras cinco farmacias que visitamos en Mexicali, donde nos encontramos con personas cada vez más preocupadas por la falta de medicamento. Vaya, no tenían ni aquel clásico jarabe que nos daban de niños, el de "hígado de bacalao" que sabía -y todavía sabe- horrible, y que también nos recetaron por el contenido vitamínico.

Así, en la séptima farmacia que visitamos encontramos cuatro de seis cajas recetadas de Ivermectina, cada caja contiene sólo dos tabletas y la recomendación fue tomar una caja cada dos días, para un total de seis pastillas por cada uno; casi dos horas después, en otra farmacia encontramos las dos cajas faltantes y un genérico de aquella famosa "emulsión" que sabe horrible, con todo y que ahora es de "sabores" para hacerla más amigable. ¡Fuchi, guácala!

En esa séptima farmacia visitada, mientras hacíamos fila junto a otras personas más, seguramente también infectadas, fuimos testigos de un hecho desgarrador; una humilde mujer se acercó al mostrador, saltándose la fila, para pedir, por piedad, un tanque de oxígeno, según dijo para su hermana que estaba muy mal en su casa, a unas cuadras de ahí, y pedía también que el médico de la farmacia acudiera a revisarla. La respuesta fue que ya se les había acabado hasta el agua destilada que se utiliza en los tanques de oxígeno. La mujer salió descorazonada a buscar lo que mantendría con vida a su familiar. Todos en silencio, mirándonos en ese cuadro.

Varias farmacias más recorridas y encontramos el Etoricoxib, cuya caja con siete comprimidos tenía un costo de casi 800 pesos, quedando el precio final en poco más de 600 pesos gracias a una tarjeta de descuento de la misma farmacia; el resto fue más fácil de encontrar al ser vitaminas, como el Zinc. Adicional a ello adquirimos, vía internet, un monitor para la presión arterial y un oxímetro, que mide la saturación de oxígeno en la sangre.

Los días siguientes transcurrieron en relativa calma, con síntomas leves, sin embargo, en mi caso que no había experimentado mayor problema, al cuarto día amanecí sin el sentido del olfato y la comida no me supo a casi nada por dos días, mientras que mi mujer tuvo fiebre dos noches seguidas, los días quinto y sexto del encierro, y persistía también en su caso un dolor muscular.

Las placas de tórax no arrojaron daño en los pulmones, pero, seguía la agitación de la respiración al hablar por más de dos minutos; también, de manera recurrente, en el día era un estado de somnolencia que cambiaba por el insomnio nocturno, como su tuviéramos "invertido" el reloj biológico. 

Haciendo un somero balance de gastos, dos semanas de tratamiento, incluyendo consultas y en mi caso la prueba de laboratorio y el estudio radiológico -a mi mujer la prueba de laboratorio se la pagó la empresa para la que trabaja-, fue de alrededor de ocho mil pesos por cada uno, sin embargo, en pláticas con otros pacientes, mientras esperábamos la consulta médica, esa cifra se duplicaba en algunos casos, al presentar mayores síntomas de la enfermedad.

Dos citas médicas posteriores para dar seguimiento, nos dejó más claro que el riesgo, en nuestro caso, ya había pasado, al descartar la presencia del virus por medio de un examen de sangre sin embargo, el drama por la saturación de consulta médica privada, la falta de medicamentos en las farmacias y el alto costo de algunos de ellos, sigue latente para los cientos y cientos de personas que han contraído el Covid-19 y que optan por atenderse de manera privada, ante el temor, como nosotros, de acudir a los hospitales públicos donde, además, en caso no ser necesaria su hospitalización son enviados a casa para seguir un tratamiento que ellos mismos igual deben adquirir por su cuenta, según hemos visto en otros casos cercanos.

Una vez concluido su tratamiento, y luego de regresar a trabajar una semana después de la prueba negativa, mi mujer recuperó casi al cien por ciento su capacidad para respirar, pero, en mi caso, tuve que seguir un breve tratamiento para volver a hacerlo sin dificultad.

Así, la crisis por el Covid-19 en la región, y de manera específica en Mexicali, que para principios de junio -cuando ocurrió lo de nuestro contagio- ocupaba los primeros lugares a nivel nacional en casos positivos y activos, se observa difícil de superar para miles de personas sin acceso a una atención médica temprana, y con medicamentos que resultan inalcanzables por su alto precio en el mercado en caso de que de éstos estén disponibles.

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