TIJUANA FAUNA
Por: Manuel Villegas
TIJUANA, BC 22 DE DICIEMBRE DE 2011 (AFN).- Al borde de la desesperación y con el miedo de que a su hijo de 17 años lo estaban haciendo responsable de la muerte de más de 40 personas y de causar lesiones a otras 80, Salvadora Aldana envió una queja al Presidente de la República para exigir castigo a los verdaderos culpables.
Solicitaba la mujer que se investigasen las verdaderas causas del mayor y más trágico incendio que a la fecha había ocurrido en Tijuana.
Eran los primeros días de enero del 52 y Salvadora agotaba las instancias para lograr la liberación de su hijo Guillermo Rico Aldana, quien estaba preso en el Tribunal para Menores con sede en Mexicali, señalado como uno de cinco responsables del siniestro en un salón de bailes de esta ciudad.
Dicho incendio ha pasado a la historia como "La Posada Trágica", y ocurrió pasadas las 23:30 horas del sábado 22 de diciembre de 1951; hoy se cumplen 60 años exactos de aquella triste reunión pre navideña.
En diferentes versiones sobre lo ocurrido, todas ampliamente conocidas, y sobre todo entre las antiguas familias de tijuanenses que lo han referido de generación en generación, se cita que esa noche se celebró una posada organizada por los miembros de la Unión de Inquilinos de Tijuana, organismo representado por Jesús Rocha Cruz, quien ese sábado alquiló el salón al empresario Ángelo Pusateri, quien administraba el edificio donde realizaban eventos como bailes y funciones de box.
Pusateri vivía en el edificio en cuestión, propiedad del empresario español Ángel B. Fernández, y dicha celebración era para conseguir fondos a beneficio de niños de escasos recursos.
Sobre el origen del siniestro, hay versiones en el sentido de que se debió a un corto circuito, otros que fue un descuido; otros más que un entrenador de box y uno de sus pupilos, ambos borrachos, pelearon y cayeron sobre el arbolito navideño, generó un corto circuito y degeneró en oscuridad y muerte, pero lo concreto fue que empezó a arder el inmueble atestado de invitados.
Esta tarde recorrí esas ruinas y en otro momento narraré la experiencia, pero vaya que fue algo perturbador.
El Coliseo es, porque aún está de pie aunque en el deterioro, un edificio de tres niveles ubicado a media cuadra de la que era entonces la avenida "E", hoy Mutualismo, entre las calles Segunda y Tercera; y el trágico acontecimiento fue así de atroz porque la estructura del inmueble era técnicamente inadecuado, al grado de que hay evidencias de que se le negó un permiso para operar y pese a ello funcionaba con normalidad.
En un relato que escuché recientemente sobre la tragedia de esa noche, me refirieron que un trabajador del Cine Maya (que operaba en la sala ubicada en la planta baja) entró corriendo y empezó a gritar casi al final de la función que todos salieran de inmediato porque se estaba quemando el piso superior.
La gente del salón de bailes bajaba de forma apresurada las escaleras, recuerdan, y los siguientes minutos y horas fueron tan intensos y dramáticos como no se tenía memoria, ya que decenas de tijuanenses incluidos mujeres y niños quedaron atrapados pisos arriba sin posibilidad de salir, porque la salida de emergencia estaba obstruida.
Lo demás es historia. Además de fallecer en el siniestro deportistas y héroes involuntarios, quedó en evidencia la solidaridad de los tijuanenses, de los taxistas que trasladaron heridos, de los piperos que acarrearon agua para que no se agotara, de la valentía de policías y bomberos, y de los arrojados marines estadounidenses que hicieron escaleras humanas para salvar a la gente.
El saldo final de esa noche aciaga fue de 44 muertos y más de 90 lesionados, sin contar a decenas de invitados que sufrieron asfixia, golpes o afectaciones por su apresurada huida de aquel infierno mientras la sirena de la estación de Bomberos de Tijuana sonaba, y se mantuvo así hasta ya entrada la madrugada.
Pasados la angustia y el dolor, los dramáticos funerales masivos y la exigencia pública de investigar las causas del siniestro, finalmente se definió que había cinco personas presuntos responsables de lo ocurrido, aunque sólo tres fueron detenidos físicamente por las autoridades locales acusados de homicidio.
Entre ellos estaba José Guillermo Rico Aldana, de 17 años, a quien se le acusaba de haber puesto candado a la salida de emergencia.
Por eso, desesperada y con temor de a su hijo lo acusaran y condenaran, fue que su madre, Salvadora Aldana, envió aquella carta al Presidente Miguel Alemán, fechada el 4 de enero del 52, en la que exigía atrapar a los verdaderos culpables e investigar a fondo el más trágico incendio que a la fecha había ocurrido.
"Pruebas basóse autoridad (sic) son absurdas; ya que hijo mío sólo prestaba servicios como trabajador dicho salón, y no tenía responsabilidad sobre puertas dicho lugar", refiere el mensaje urgente.
"Como madre afectada, solicito a Usted ordene esas investigaciones ejecútense en debida forma, consignándose a los verdaderos responsables del incendio que llenó de luto a muchos hogares de esta ciudad. Atentamente: Salvadora Aldana de Vázquez.- Domicilio: avenida "G" No. 260.- Tijuana.", especificaba la urgente carta, letra por letra, enviada con formato de telegrama.
Y cosa extraña, pero la Presidencia respondió. Quizá por la magnitud y gravedad de los hechos, pero el caso es que el 8 de enero de 1952, con la firma del Oficial Mayor Luis García Larrañaga, se informó a la atribulada madre que el Presidente en persona había dado instrucciones de que el caso sería investigado por la Procuraduría General de Justicia del (entonces) Distrito y Territorios Federales.
Un año después, José Guillermo seguía detenido, aún había personas heridas hspitalizadas, y el propietario y el administrador del Coliseo seguían desaparecidos de la ciudad, mientras los tijuanenses lamentaban aún la pérdida irreparable de decenas de sus cónyuges, hijos, amigos y conocidos en aquella noche, la noche del incendio que ha pasado a la historia como "La Posada Trágica" de 1951.